J. C. GEA

«Lo único que me queda ye llenar San Lorenzo». Se lo dijo Dioni Viña a su colega y ex compañero de fatigas en LA NUEVA ESPAÑA Eduardo García en uno de sus últimos encuentros y así lo recordaba ayer el periodista en uno de los corrillos que se congregaron a las puertas de la iglesia de Los Campinos antes de dar el último adiós a quien ha encarnado como pocos el espíritu del gijonismo del último medio siglo. Fue una bella y emotiva ceremonia en la que -como seguramente adivinaba Viña cuando se lo dijo a García- consiguió eso que «le quedaba»: abarrotar San Lorenzo en una impresionante muestra de gratitud, cariño y cercanía hacia su familia. Desde el altar hasta el coro.

Literalmente. Porque amigos personales del periodista fallecido eran los cuatro sacerdotes que oficiaron la ceremonia -José Luis Martínez, Javier Gómez Cuesta, José María Díaz Bardales y Pachi Cuesta-, y amigos eran igualmente muchos de los integrantes de los coros que elevaron la temperatura espiritual de la ceremonia -Orfeón del Grupo Covadonga, Coro «Jovellanos» y el Coro de la OSGI, dirigidos por Beatriz Suárez y David Roldán-, las tres formaciones en las que canta Dolores Aguado, la viuda de Viña.

Y entre altar y coro, y agolpándose también en la puerta del templo, todo Gijón y una buena parte de Asturias: no sólo compañeros y nombres propios de todos los sectores representativos, con la Alcaldesa de la ciudad a la cabeza, sino también ciudadanos de a pie con el único título de su amistad o su gratitud de lectores. Una aglomeración de cientos de personas que, como en pocas ocasiones ha sucedido en la historia reciente de la villa, plasmó en una manifestación de duelo colectivo la encarnadura misma de la ciudad ya que, además de ceremonia religiosa, el funeral de ayer fue un acto cívico.

Como ha sucedido durante todo el fin de semana en buena parte de las tertulias de la ciudad, los prolegómenos fueron un hervidero de recuerdos, dichos y anécdotas con Dioni Viña como protagonista. El ciudadano despistado no podía menos que sentirse extrañado, y preguntaba por la identidad del fallecido, a la vista de la multitud agolpada frente a San Lorenzo y la acumulación de coronas de flores que, vistas desde Begoña, daban un insólito aspecto de jardín a Los Campinos. «Le encantaría saber que consiguió cortar el tráfico», bromeaba alguien, homenajeando a Viña con una dosis de su mismo humor.

Pero en el interior del templo no hubo lugar más que para el dolor y el sentimiento, que se tradujeron en lágrimas, sobre todo durante la sobria y ejemplar homilía de José Luis Martínez, en la que evocó el momento de la extremaunción al fallecido y su entereza ante la muerte. Unas lágrimas que volvieron a correr cuando, terminado el funeral, la ciudad se fundió en un abrazo con Lola; sus hijos, David y Marina, y el resto de familiares del periodista fallecido.

En cierto sentido, volvió a ser, a la medida de la vida y las costumbres que definieron a Dionisio Viña, una cena entre amigos que muchos remataron como él mismo hubiera hecho al terminar el funeral: en un chigre cercano y con unos culinos de sidra en memoria del amigo.