Gijón, Román GARCÍA

A las doce, silencio absoluto y ausencia de luz. «Levanta el brazo con el móvil, que apagaron ya las luces y no te encuentro». No es la fiesta de Nochevieja, ni el lugar es un bar repleto..., pero se parece; es un día especial. El 14 de agosto, Gijón es la capital asturiana de la fiesta.

Resulta curioso girarse en plena noche de fuegos para ver las caras de los gijoneses y visitantes mirando al cielo. Los ojos reflejan los chasquidos de luz, y los comentarios se repiten por toda la playa: «Mira, me encantan éstos, los que suben y bajan»; «yo me quedo con las palmeras de toda la vida»; pero hay algunos ante los que la gente asiente sin parar: «Hay viento y se está viendo todo genial». Lo cierto es que el arenal de San Lorenzo se convirtió en un estupendo mirador para ver los fuegos. Desde la arena (y algún atrevido desde dentro del mar) se pudo disfrutar de un gran espectáculo con una visibilidad que no se recuerda desde hace mucho tiempo.

Además, parece que la naturaleza se alió con la fiesta gijonesa, la bajamar a las doce y media permitió tener el espacio suficiente. Y es que el espectáculo se puede ver desde diversos puntos, pero, sin duda, la tradición manda acudir en masa a la playa de San Lorenzo, el lugar que más gente concentra. Desde última hora de la tarde muchos se acercan a la bahía para contemplar el espectáculo en la arena o en la barandilla del muro. Muchas personas cogen sitio, rodeadas de puestos y alguna silla plegable. La mayoría entra en el arenal para pasar una noche que se prolongará más allá de los fuegos.