La ocultación del mural que siempre coronó el escenario del teatro de la Universidad Laboral muestra una de las actuaciones más aterradoras que se han perpetrado en la nueva Ciudad de la Cultura. El fresco del pintor Enrique Segura Iglesias, denominado «Alegoría de las artes y oficios», yace ahora bajo una concha acústica de madera

Sobre la eliminación de este elemento distintivo del teatro concebido por el arquitecto Luis Moya pueden leerse algunas observaciones en el folleto «Teatro Laboral. Ciudad de la Cultura», distribuido durante la reciente presentación del aspecto final del coliseo.

«El estado del mural era irrecuperable» (pie de foto en la página 26). «El trust del proscenio, con la primera línea de luces y altavoces, además de la creación del primer elemento de concha acústica, (...) ha motivado ocultar el mural existente, que, debido a su gran deterioro por problemas de humedades y desprendimientos en algunas zonas, se ha consolidado y protegido detrás de la nueva estructura», (pagina 64).

Por partes. ¿Un mural «irrecuperable»? ¿Quiere decirse que, aun habiéndose recuperado recientemente en Gijón el 80 por ciento de un mosaico tardorromano (villa de Veranes, siglo IV), no es posible restaurar una pintura al fresco de hace cincuenta años? Increíble.

¿«Problemas de humedades»? Confiamos en que el nuevo coliseo haya dejado de tenerlos. De lo contrario, menudo pufo. Ahora bien, extirpadas las humedades, ¿no era posible restaurar el mural en lugar de anunciar esa difusa operación de dejarlo «consolidado y protegido»?

Alguien dirá que, total, como lo iban a tapar... Sin embargo, no nos queda clara la secuencia de hechos: ¿se tapa por irrecuperable, o por la necesidad de colocarle encima la concha acústica?

Por otra parte, en medio de una obra de 16 millones de euros como la del coliseo de la Laboral (2.700 millones de pesetas), tiene pinta de despropósito -no propósito- que no se proceda a una restauración que no desfondaría precisamente el erario del Principado. Por tanto, deducimos que no hubo propósito de restauración, y tampoco podemos echar mano de los informes de Patrimonio del Principado al respecto. Sí hemos visto algunos de los dictámenes de ese departamento concernientes a la Laboral. Los ha habido tan escuetos que producen temblores, como uno de cuatro líneas cuya existencia ya habíamos relatado en estas páginas.

Además, los informes de Patrimonio lo son de parte, es decir, suponemos que habrán procurado no dar pisotones en otros departamentos de Cultura.

No obstante, sí es verdad que estemos ante «la gran obra arquitectónica de la Asturias del siglo XX», y si Moya merece «respeto» -expresiones ambas del presidente Álvarez Areces-, bien se podrían haber estirado un poco más los responsables del patrimonio asturiano.

Existe otra literatura al respecto, la de las licencias de obra otorgadas por el Ayuntamiento de Gijón, que contienen condicionales de ejecución, es decir, elementos o aspectos que han de salvaguardarse en lo preexistente. Música celestial. Por ejemplo, en el caso de las columnatas laterales del escenario, también desaparecidas. «La columna es el frac de la arquitectura», decía Moya. Pobre infeliz.

Ahora bien, una columna no tiene rostro, pero el mural del teatro sí los tenía. Algunos, incómodos para la «memoria histórica»: Girón, Pinilla, Yagüe... Otros, respetables profesionales: el propio Moya; o Díez Canteli, arquitecto gijonés, director de obra, con quien la ciudad sigue en deuda; o Laviada, escultor, y Segura, pintor.

Los autores de la Laboral desaparecen bajo una concha acústica. Siempre puede aparecer un arquitecto dispuesto a enterrar a otro, salvo que su integridad se lo impida...

Todo ello es lo que nos aterra. Lo que nos aterra es cómo lo han hecho. Ese modo de proceder, con informes pequeñitos; con las licencias enmudecidas; sin los condicionantes propios de un bien de interés cultural (ya que la Laboral no ha sido declarada como tal); sin protección del PGOU; sin criterios conservacionistas o de restauración de monumentos; sin calibrar el espíritu del edificio -digno de «respeto», repetimos, según algunos-. Sin rigor.