J. MORÁN

«Lo mejor que me ha pasado en mi vida ha sido vivir en Gijón», comentaba ayer María Laudelina Gutiérrez Suárez, justo en el día en que cumplió los 100 años y se incorporaba a ese grupo de setenta y cinco gijoneses y gijonesas que han superado el siglo de vida.

María Laudelina, o María, a secas, «que es como me conocen», vive en Gijón desde hace 33 años, pero llegó a la villa de Jovellanos como tantos asturianos, procedente de las Cuencas, de Boo de Aller, concretamente.

Establecerse en Gijón, junto a su hija Rosario, «Charo», que entonces se incorporó como maestra al Colegio de Los Campos, supuso para María el paso de una vida rural y sacrificada a otra con las comodidades de la ciudad. «En Gijón he trabajado menos, pero antes fue mucho, porque había que darles estudios a los tres hijos», comentaba la veterana centenaria.

María Laudelina nació tal día como ayer en Ciñera (León), cerca de La Robla, pero a los 8 años ella y sus hermanos se trasladan a Boo de Aller, donde vivieron con «una tía que no tenía familia». Después de la guerra civil, María se casa con Gaspar Fernández, del mismo lugar, que había enviudado por la muerte de su esposa, Caridad, de 30 años, a causa de una pulmonía.

Gaspar Fernández, minero en la explotación cutrifera de la entonces Sociedad Minera Asturiana, tenía ya dos hijos, Avelino y Teresa, y de su matrimonio con María nacerá también Rosario. La vida de «mucho trabajo» a la que se refería ayer María Laudelina empezaba por «edificar la casa de la familia, sacando piedras del río», recuerda su hijo Avelino; y continuaba el esfuerzo con la formación de los tres hijos. Teresa y Rosario estudian Magisterio y ejercerán como maestras en varios destinos asturianos, hasta que finalmente obtienen plaza en Gijón. Por su parte, Avelino estudia en Valdediós y en Carrión de los Condes (Palencia), y después ingresa en la Compañía de Jesús.

Trasladada ya a Gijón, años después del fallecimiento de su marido, Gaspar, en 1964, María Laudelina ayudará a su hija en el cuidado de los nietos y hará nuevas amistades: «Tendrá amigas de pandilla con las que daba grandes paseos hasta la Mujer del Emigrante, en El Rinconín; y después tuvo otras amigas con las que se reunía en Los Campinos», comenta Rosario.

Sin embargo, el precio de la longevidad es que van quedando «muy pocas amigas», como la propia María comentaba ayer. Hasta 1993 la veterana gijonesa se desenvolvió con soltura, pero ese año la fractura de la cadera le hizo necesitar más atenciones. No obstante, mantiene la cabeza lúcida y el recuerdo de los tiempos de sacrificio, pero también de los gozosos. «Y hoy vive encantada y orgullosa de sus bisnietas, María, de 15 años, y Laura, de 3», señala Rosario. Junto a su familia, María celebró los 100 años el pasado sábado en una misa oficiada por su hijo jesuita en el Colegio de la Inmaculada.