La sesión celebrada ayer en la Cátedra de Extensión Universitaria, inscrita en los actos que la Universidad de Oviedo ha programado para celebrar el cuarto centenario de su fundación, supuso un gran acontecimiento. En primer lugar, por la presencia del rector, Juan Vázquez -«últimamente estamos mucho en Gijón», dijo; cabe pensar que más vale tarde que nunca, aunque no por ello dejamos de sentirnos honradísimos-. De otro modo, el ponente -un espada de primera línea en las cosas del saber y del decir-, el profesor José Luis González Novalín, es figura recibida siempre con el máximo interés por las gratas memorias de sus anteriores intervenciones en Gijón, concretamente en la tribuna ateneísta. En esta oportunidad iba a referirse a un tema que domina plenamente: la vida del fundador de la Universidad de Oviedo, Fernando Valdés Salas. Acompañaba a ambas personalidades en la mesa otro Valdés, Luis, director de la Cátedra; no sabemos si su genealogía llega a entroncarse con el fundador, pero lo que sí es seguro es la nula tendencia inquisitorial que podría devenirle de aquélla. El concejal de Cultura del Ayuntamiento de Gijón, Justo Vilabrille, y el presidente del Foro Jovellanos, Jesús Menéndez Peláez, completaban la preferencia.«Somos una Universidad con tradición de futuro, pero nos sentimos deudores de nuestros mejores legados», manifestó el rector, antes de ceder la palabra a Jesús Menéndez Peláez, encargado de presentar al profesor González Novalín. Haciendo uso de unos versos de Gonzalo de Berceo -el primer poeta español- en que éste exponía los gozos de su juventud, el presidente del Foro Jovellanos los hizo suyos al rememorar las experiencias de la propia edad temprana, en la que tuvo intervención decisiva González Novalín, al encaminarle al Seminario. Fue hermoso el canto que Jesús Menéndez Peláez hizo de esta institución que permitió a los hijos de familias de escasos recursos económicos acceder a estudios superiores, siendo la única oportunidad para muchos asturianos. De González Novalín dijo que es natural de Tresali (Nava). Se ordenó sacerdote en 1952 y es doctor en Historia de la Iglesia; su tesis doctoral llevaba por título «El inquisidor general, Fernando Valdés Salas». Preciso, buen orador, sabio..., «siempre ha sido un ejemplo para mí». Rector de la Iglesia española en Roma, González Novalín es un especialista en la Contrarreforma, y sus publicaciones al respecto son innumerables. En el inicio de su intervención, González Novalín remachó la importancia del Seminario, que hasta hace pocos años mantuvo estrecha relación con la Universidad, y aunque sus fechas fundacionales no coincidan (1608 la Universidad y 1854 el Seminario), hasta entonces, ¿dónde estudiaban los curas? La Teología se impartía en las cátedras de la Universidad de Oviedo. Tras leer el epitafio que consta en el mausoleo de Fernando Valdés Salas, en la iglesia de Santa María de Salas, González Novalín se centró en su vida. Nacido en 1483, tenía 29 años cuando viajó a Salamanca para seguir estudios. El cardenal Cisneros fue quien le dio su primera encomienda, la de ayudar en la constitución de la Universidad de Alcalá. Su carrera ascendente comienza a partir de la redacción de las Ordenanzas de Navarra. Tuvo seis obispados paralelos a otros tantos cargos políticos que culminaron con el Arzobispado de Sevilla, la presidencia del Consejo Real y el título de inquisidor general. González Novalín, como es común a todos los biógrafos, ama a su personaje; pasó de puntillas sobre la gran mancha de Fernando Valdés Salas, la persecución del arzobispo Carranza. «Yo reparto las culpas», dijo. Ya, pero el sumario de Carranza, según sus propias palabras, sólo arrojaba «graves dudas», por las que habría de sufrir 17 años de cárcel, mientras Valdés Salas moría, a los 85 años, en la opulencia.