J. C. G.

Su falta de «verdades propias que ofrecer» y su «posición polémica» frente «a científicos, políticos y sacerdotes», su «complejidad» y su exigencia es lo que hacen, según Gustavo Bueno, que la filosofía resulte para el pueblo «una papilla que no puede ofrecerle nada en competencia con los partidos políticos, la religión o la ciencia, que ofrecen el oro y el moro, el paraíso». Todo ello explica que «el pueblo no haya tenido interés, ni ahora ni nunca», en el saber hacer filosófico, que, en este sentido, «no puede hacer nada por el pueblo» y queda como «cosa de élites, de grupos pequeños como siempre lo ha sido».

Así argumentó en el tramo final de su intervención de ayer Gustavo Bueno, quien también separó cuidadosamente su posición en cuanto filósofo de la del polemista que a menudo tercia en temas políticos, como el de la unidad de España. Del mismo modo que «el filósofo, cuando bebe agua, no lo hace como filósofo sino como animal con sed», Gustavo Bueno no utiliza la filosofía más que «como argumento defensivo» cuando debate públicamente sobre política. Ahí no habla el filósofo, añadió, sino el ciudadano preocupado «por su futuro».