J. M. CEINOS

El 31 de marzo de 1958 murió en Madrid Manuel Alejandro Álvarez-Laviada y Alzueta, el escultor ovetense, nacido en 1892, que esculpió para Gijón una buena parte de su obra, que se puede ver, fundamentalmente, en el parque de Isabel la Católica y en la antigua Universidad Laboral.

«Laviada murió tan desapercibidamente como había vivido, escabulléndose, apartándose de la importancia social, dejando pasar al mundo y sus miserias, a la vanidad y sus alharacas, al brillo y sus reflejos. En la comedia del mundo Manolín Laviada era un espectador de última fila, a pesar de haberse doctorado en primerísimo actor de la tragicomedia humana», escribió en LA NUEVA ESPAÑA el 2 de abril de 1958, a modo de necrológica, su amigo Juan Alberti.

Cuatro días después, también en las páginas de este periódico, el escritor Antonio García Miñor recordaba que Laviada, que desde 1901 vivía en Madrid, «pasaba frecuentes temporadas en Asturias, amaba a Oviedo con toda su alma, pero prefería vivir en Gijón, porque, como él nos decía a media voz, aquella tierra baja, a la orilla del mar, venía mucho mejor a su dolencia del corazón».

Cinco decenios después del óbito del escultor Francisco Crabiffosse Cuesta, crítico de arte y estudioso de la cultura asturiana, destaca de Laviada que «fue un artista con mucha fuerza, con mucha calidad, con un gran dominio de la técnica escultórica, que es muy importante y, sobre todo, fue un artista consecuente y de calidad; un artista clave en la historia del arte asturiano y un escultor clave también en la escultura española de su período».

Iniciado en el mundo de la escultura de la mano de su tío Cipriano Flojeras, Manuel Laviada estudió en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, completando su aprendizaje en Roma entre 1922 y 1928, donde, como escribió Dolores Villameriel Fernández, directora del Museo Antón de Candás, «interpreta los temas clásicos con una formalidad estilística ajena al clasicismo canónico, cuyos resultados no están alejados de los nuevos vientos estéticos internacionales».

Experta en la obra de Laviada, la directora del Museo Antón entiende que el escultor, «cuando ofrece más originalidad fue durante los años treinta, por ejemplo, con el busto de Clarín (1931) del Campo de San Francisco (Oviedo), donde se muestra la particularidad de Laviada, o sea, trabajar en planos muy sintéticos y muy vigorosos, ya que fue un escultor más dado a las grandes proporciones que a la minuciosidad; era un escultor que dominaba mucho la capacidad espacial, una obra suya no quedaba perdida en el exterior por la forma de tallar y por la vigorosidad, y en la línea de la figuración, en el sentido clásico, fue el mejor escultor, puesto que valoraba la escultura como volumen, como una cosa que tenía fuerza».

Respecto a las obras de Laviada que se pueden ver en Gijón, Dolores Villameriel opina que «después de la guerra civil se limito, prácticamente, a hacer encargos», por eso, prosigue la directora del Museo Antón, «son esculturas muy mediatizadas por el tipo de obra o el lugar donde iban a ser ubicadas. No podemos valorar a Laviada por la galería de santos y de escritores que nos dejó en la Laboral, sería injusto». Y como otros artistas coetáneos, «fue víctima de la guerra; artistas que tuvieron que someter su arte para sobrevivir», afirma Dolores Villameriel.

Escultura «oscurecida»

Francisco Crabiffosse tiene otro punto de vista, ya que entiende que «así como en la primera mitad del siglo XX la contribución (artística) más alta de Asturias viene de la mano de la pintura, concretamente de los gijoneses Nicanor Piñole y, sobre todo, de Evaristo Valle, la segunda mitad del siglo está protagonizada por el escultor, también gijonés, José María Navascués; por eso creo que la escultura de esa primera mitad del siglo XX quedó un poco oscurecida precisamente por el protagonismo de la pintura, y ahí hay tres figuras claves en la escultura de preguerra, que son Víctor Hevia, Laviada y Goico Aguirre, que es discípulo de Hevia» y que sufriría las consecuencias de estar en el bando de los perdedores.

Y tras la guerra civil, continúa Crabiffosse, «Laviada, que sufrió un poco las consecuencias de la depuración de posguerra (había formado parte de la Junta de Defensa del Patrimonio Artístico de la República), es la continuidad, es decir, recupera brío, le pasa un poco como a Valle, que, en gran medida, es mayor pintor después de la guerra, en sus últimos años». Según la opinión del crítico de arte, «lo que se percibe en Laviada es que mantiene el lenguaje, que sigue vivo, pero no creo que (a pesar de los encargos de posguerra) su obra tenga una identidad ideológica con el franquismo, es una escultura intemporal».

Por su parte, Dolores Villameriel Fernández recuerda que las dos obras más premiadas de Laviada, «Diana cazadora» y «Las dríadas», que se pueden ver en el parque de Isabel la Católica, «las hizo, sin la supervisión de Laviada, que ya había muerto, un discípulo de su taller, por eso las tallas que ofrecen no responden a la forma de trabajar Laviada la piedra, mucho más limpia».

Son, también, las obras más premiadas de Manuel Laviada, que su discípulo predilecto, Manuel Álvarez Agudo, reprodujo en los años sesenta del siglo pasado para ser exhibidas en el parque de Isabel la Católica. Álvarez Agudo acompañó los restos mortales de su maestro desde el salón de actos de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, donde se instaló la capilla ardiente, hasta el cementerio de la Almudena, donde fue enterrado el escultor.

«Diana cazadora» y «Las dríadas», atendiendo a los diseños de Laviada, son «composiciones totalmente novedosas para la época», sostiene Dolores Villameriel, quien recomienda, para conocer la manera de taller del escultor asturiano, el monumento erigido en Oviedo, en 1933, al empresario José Tartiere Lenegre, situado en el Campo San Francisco, a los pies del paseo de los Álamos: «Hay que fijarse en las figuras en piedra que coronan el monumento; vemos ahí la forma de tallar, el vigor de Laviada ante la piedra, con su limpieza de planos; es donde le veo como un escultor moderno y con una gran capacidad de síntesis».

En definitiva, como escribió Francisco Crabiffosse: «Laviada es clave para comprender el tiempo de esplendor que tuvo el arte asturiano en los años veinte y treinta» del siglo XX.