El escriba a veces se libera del yugo y escribe lo que le apetece y no lo que piensa que esperan que escriba. Por eso a veces escribo claves que sólo entiendo yo. Como cuando hablo de una rebeldía punk que no cuadra en estos tiempos de fuegos de artificio y laureles de plástico. Los hombres hechos y derechos no hablan de tonterías. Será que yo no soy un hombre hecho y derecho, ni ganas, gracias. Por eso sigo viviendo en una irreal fantasía rock, donde los años pasan y las bebidas se consumen sin dejar ni arrugas ni resaca. Sin embargo, los años pasan y la resaca es cada vez peor. Para eso está el papel, que lo aguanta todo y nos permite cualquier exceso. Y yo creo que los excesos son el camino de la sabiduría porque, si no soy cada año más sabio, sí soy más excesivo.

Excesivo ha de ser el lenguaje suburbial que se expresa por los poetas locos del aguacero guitarrero. ¿Que no lo entiende, señora? Yo tampoco. No me hace falta. Siento los latidos de una rabia urbana que no habla idiomas inteligibles. Y es que ya tengo una edad. Nací en el 68, así que imagine. Cumplir años no es ningún mérito. Lo que ocurre es que he visto morir a muchos músicos. Joe Strummer me dolió como pocos. Y otros deberían haberse muerto antes. Y lo digo sin ánimo homicida. Los homicidios los cometo siempre ante el espejo. Yo dejo para los demás el lamento dionisiaco que avala las leyendas jóvenes y vacuas. Del 77 apenas queda nada. Sólo los imberbes que ya calzan barba poblada mantienen viva una antorcha que hace generaciones se extinguió. Hablo, por poner un ejemplo, de Kutxi Romero.

«Marea». Este nombre resuena ahora mismo en mi equipo de alta fidelidad. Sería fácil decir que son dignos herederos de «Extremoduro». Pero en realidad, ¿quién fue «Extremoduro»? ¿Hay herederos de la rabia y la poesía? No. Cada estrofa, si acierta, es única, y si no acierta es basura indigna. La línea es tenue. Se llama talento y no hay más que hablar. Cuando uno pierde el tiempo diseccionando seres vacíos (y no me refiero al grupo de Ana Curra), como son los políticos y los funcionarios del cartón piedra del presupuesto, se arriesga a quedarse convertido en estatua de sal demasiado pronto, demasiado viejo.

Yo quizá sea casi viejo, pero no tanto como para no rebelarme ante mi tocadiscos. Ahí sólo mando yo y todos los imperativos se congelan en la puerta de la guarida del lobo. «Los Suaves», «Extremoduro», «Platero y Tú». Tres nombres escogidos al azar, o no tanto, pero suficientemente explícitos. No hace falta más background, nosotros somos el background. Pero hoy Yosi le canta a una Lola que ya no existe, de Robe poco sabemos, y Fito ha decidido seguir un camino propio, pero sin riffs gamberros. Y, sin embargo, ahí surgió «Marea», de Pamplona, como los «Barricada», pero con más versos y menos guerrilla urbana.

«La patera», «Besos de perro», «20.000 puñaladas», «Las aceras están llenas de piojos»É Discos llenos de todo. De todo lo que le hace falta a un universo empobrecido a base de fotologs, myspaces, youtubes y demás morralla cibertecnológica. Cuando escuché «Como el viento de poniente» quedé absolutamente convencido. Me pilla mayor, pero me pilla vivo, pensé. «Empecé haciendo carreras por atajos y veredas muy estrechas para mí, y decían mis vecinos que llevaba mal camino apartado del redil, siempre fui esa oveja negra que supo esquivar las piedras que le tiraban a dar, y cuantos más años pasan más me aparto del rebaño, porque no sé a dónde va.»

Luego miré la carátula del CD y leí que el autor de la canción no era el magistral Kutxi Romero, sino el mucho más viejo El Cabrero, cantaor flamenco de antiguas hambres y rabias camineras. Entonces lo comprendí todo, de nuevo, otra vez. Nadie es heredero de nadie.