Creo que era Valdano, ese filósofo con borceguíes, el que sentenciaba que «quien tiene ideas tiene enemigos». Las ideas de Miguel Ángel de Isidro, a base de compartir muchas horas de micrófono, me suenan desde hace unos cuantos años. De sus enemigos, algo sé también. Su caso es el del hombre hecho a sí mismo, ese ideal americano que, por lo que sea, aquí, en España, siempre genera un quintal de sospechas, en ocasiones justificadas, todo hay que decirlo. Al De Isidro de la radio (en persona es más cachondo) le gusta contar que el recorrido habitual del enfermo cuya esperanza merma al mismo tiempo que su salud comienza en el médico del Seguro, continúa en la sanidad privada, sigue por los santuarios de Lourdes y Fátima y termina en una clínica de medicina natural. Esa peregrinación con los achaques a cuestas y la confianza cada vez más alicaída encuentra su último recurso en métodos de diagnóstico y terapias que, como el caso del hombre hecho a sí mismo, despiertan las sospechas de los ciudadanos biempensantes, que son los que hacen la ley y los que, según reza el refrán, también hacen la trampa.

Miguel Ángel de Isidro tiene planta de tunante, pero no de delincuente. Claro que de la pinta de la gente no conviene fiarse. A las miles de personas que, perdida toda esperanza y tras años de padecimientos, le deben cierto alivio y bienestar les costará creer que este madrileño con cara de póquer haya querido engañar al personal envasando polvos pica-pica y poniéndoles un nombre que suena a coña marinera. También habrá quien siga con el mismo dolor en la rodilla y, viendo en estos días su imagen en el periódico, diga: «Ya me parecía que éste no era trigo limpio». A mí lo que me extraña es que, con décadas de experiencia en el ramo, haya esperado tanto tiempo a dar la campanada, oficiando su fraude con bombo, platillos y cuñas en Radio Madrid. Y también me extraña que su tendencia a dar gato por liebre no brotara antes. Porque tiempo ha tenido. El caso es que, que yo recuerde, desde la época de los centros TAS, cuando la sede del imperio del mal fundado por De Isidro estaba en Marqués de San Esteban, si de algo se han quejado sus pacientes es del precio. No tengo constancia de ninguna denuncia por intoxicación, pinchazos en hueso o metamorfosis kafkianas a base de flores de Bach (aunque quién sabe: quizás el malandrín silenció a los damnificados con alguna oferta de esas que no se rechazan). A uno todo esto le suena muy raro, máxime cuando la autoridad, como la Policía, no es tonta. Quizás el tonto sea yo, o me ciegue el aprecio por el ahora ilegalizado.

A Miguel Ángel de Isidro le gustan los medios, y sabe lo suyo de publicidad, pero no vocaliza bien. Durante años mantuvimos una guerra constante contra su mala dicción. El título de este artículo viene de ahí: cuando quería decir «la medicina natural» se atropellaba y le salía «la mina natural». En efecto, este tipo, que tiene ideas, vio en lo natural una mina de la que sacar provecho, por lo que yo sé sin más trampas que las que consiente un llamativo vacío legal. Pero no hay mina, por natural que sea, que no tenga peligro, que no acarree efectos secundarios a quien se aventura. Aunque, hasta donde conozco a De Isidro, estoy seguro de que eso él ya lo sabía.