Cualquier acto de transmisión pública de sentimientos tiene ante sí la difícil tarea de encontrar los términos apropiados que logren establecer los nexos de unión entre las herramientas que dan forma a la expresión y las ideas. Si se trata de narrar sucesos de general conocimiento, uno siempre puede recurrir al patrimonio de las vivencias e informaciones.

Más ardua es la tarea cuando quieres hablar de un amigo; desde ese mismo momento te asalta una duda: ¿seré capaz de trasladar con objetividad los rasgos que identifican su perfil? Pero pensándolo bien ¡por qué me tiene que importar!, si es amigo es por algo; los años han ido facilitando la selección natural de afectos, valores compartidos, de respeto y admiración que consolida lazos de probada resistencia.

Al final uno se decide por una descripción personal que recoge el relato coral de amigos y personas muy queridas por ambos. Y es que el perfil es de Luis Miguel Piñera Entrialgo, «Luismi» para los amigos. Ese gijonés es, «a carta cabal», ingeniero industrial que se ha deslizado desde el prisma de la observación tecnológica de los objetos que ayudan a la vida a la observación de la vida misma, teniendo como eje central a las personas: donde viven, donde se localizan, los sucesos que jalonan su vida, su tiempo de ocio, sus episodios, sus efemérides, quien es quien en el «cantón milenario» que referencia Pedro de Silva, etcétera. Es un perfil franco, nítido, de trazos indelebles.

Existen rasgos que evidencian con claridad meridiana la bondad de las personas y, ciertamente, Luismi lo es: por el amor y entrega desinteresada a sus seres más cercanos, por su generosidad sin condiciones previas; generoso en la amistad incondicional con sus amigos, por quienes se preocupa en los momentos adversos y con quienes goza en los buenos momentos de la vida, de quienes dice «hay que quererlos con sus virtudes y defectos»; generoso con quienes comparten su pasión por el estudio, el conocimiento, la investigación, el amor de ciudad; generoso con sus conciudadanos; comprometido con la vida que se teje con el esfuerzo libre y colectivo entre iguales; comprometido con la búsqueda de las huellas de un hombre más feliz en un mundo más libre. Generoso siempre, sin dudas previas acerca de la bondad de su interlocutor.

Luismi recorre las calles de Gijón con la vista baja, como buscando las huellas y senderos que conducen por la historia de la ciudad, a buen seguro haciendo un repaso memorístico de las últimas referencias halladas en las largas horas pasadas en «su laboratorio»: los archivos municipales, la Biblioteca Pública Jovellanos, especialmente los archivos del padre Patac, y demás contenedores de documentación histórica sobre nuestra ciudad; pero a la vez haciendo un alto en su camino para preguntar: ¿qué tal por la casa? La casa es una y son todas: nuestra ciudad, nuestro entorno, nuestro trabajo, nuestro domicilio. No hay duda, Luismi habla de la vida, desde su cercanía entrañable, a la vez que recorre en su interior alguna de las fantasías de Cunqueiro.

A la vez, es contundente defendiendo sus ideas, sin lisonjerías innecesarias, poniendo por delante sus opiniones habitualmente certeras, sin estridencias ni profusión de artillería, en un equilibrio siempre difícil con el celo con que preserva su intimidad.

Hablar de él es hablar de una de sus grandes pasiones: Gijón, la ciudad que a pesar de conocer profusamente sigue siendo el objeto de sus desvelos en su papel de erudito e investigador riguroso que va de la trama histórica a los protagonistas de la misma, muchas veces personajes anónimos de la epopeya de la vida, a cuyo lado se sitúa para poder informarnos de una historia que se nos hace creíble y cercana.

El Gijón de sus años de juventud, de estudios en los jesuitas, de ocio compartido en el Hípico, o viendo a «los jóvenes atletas del once local» que mencionaba Francisco Carantoña; construyendo ya historias de las gentes de la ciudad, en compañía de Vicente G. Bernardo de Quirós, partiendo de las conversaciones «cazadas a vuelo» de gijoneses en la hora del paseo, el Gijón veraniego de la escalera 5 de la playa de San Lorenzo, cita ineludible con los amigos; el de los cines ya casi olvidados que contaba entre sus espectadores a un Luismi «cinéfilo impenitente» de las horribles películas españolas de la época.

La presentación publica publicaciones que, por superar la treintena, conviene omitir su cita, goza de dos características permanentes: su eterno agradecimiento a cuantos le han facilitado el acceso a la información necesaria, por citar algunos nombres, no me puedo olvidar de los fallecidos Agapito y Luis Quirós, con quienes recorrió en un caso miles de hojas de archivo, y en el otro, miles de metros de las calles de La Calzada para comprobar in situ la información atesorada, o a quienes hayan contribuido a que la publicación vea la luz; y la batalla interna que sostiene para quitar importancia a su obra, casi pidiendo excusas al público por la presentación de su excelente aportación a la recuperación de la historia de la ciudad. Nuestro común amigo, pues ya no puede ser menos para el lector que haya realizado el esfuerzo «herculano» de proseguir en la lectura de estas líneas, en su afán por colectivizar la información acerca de la historia de la ciudad se asoma con habitualidad a la ventana pública que le ofrece LA NUEVA ESPAÑA, así como se transforma estivalmente en cómplice de Ángel de «La Calle» para disparar datos en el «A quemarropa» negro, entre exposiciones, debates y jarana.

Si Gijón es una de sus pasiones, y sus amigos otra, existe una tercera que contribuye a otorgar los rasgos precisos al perfil de nuestro personaje: sus seres más queridos, los más cercanos. Para Luismi, su familia y su compañera son pilares fundamentales de su vida: sus tres Elenas: Elena Entrialgo, su madre a quien adora, Elena de Uña, su compañera, consejera de una parte de su yo, de sus proyectos, de sus ilusiones, con quien recorre tanto su Gijón del alma como su idílica Urueña en la Tierra de Campos, y su sobrina Elena, a quienes dedica su última publicación; cómplices de la vida y por la vida, que junto a su padre Pancho Piñera, número uno de conocidos clubs de la ciudad, y el recuerdo de familiares ya ausentes son referentes de su vida y centro de sus decisiones. Volviendo al principio, no es fácil transmitir la visión que uno tiene sobre un amigo, pero a estas alturas, dudo si no será aún más difícil que Luis Miguel Piñera «Luismi» mantenga su amistad con quien firma; no sé si la complicidad de algún antiguo retruécano creado conjuntamente logrará minimizar la osadía de haber entrado en su mundo tan celosamente guardado; pido disculpas por ello, a la vez que confío en que su desbordante imaginación contribuya a facilitar alguna medida de gracia.