L

Luis Moya

Gustavo Bueno

a Ciudad de la Cultura cumple un año de existencia, al mismo tiempo que la Ciudad de Dios concebida por el arquitecto cumple los sesenta años de su inicio de construcción (ya hemos dicho aquí que la Gracia santificante de Dios y de antaño ha sido sustituida por la Gracia santificante de la Cultura, según destripa en «El mito de la Cultura»).

José Díez Canteli

Pero vayamos al origen material de la Universidad Laboral, que acaeció el día primero de abril -fecha que no necesita explicaciones- de 1948, cuando varios obreros llegaron por la mañana a un prado de la parroquia de Somió y, bajo las órdenes del joven arquitecto gijonés , comenzaron a trazar sobre el suelo, con cuerdas, los alineamientos de futuras edificaciones.

En efecto, el conjunto arquitectónico de Cabueñes iniciaba su desarrollo por la que sería la Granja Agronómica de Somió, que después se transformaría parcialmente en el Intra (Instituto del Trabajo) y cuyo edificio principal es hoy instituto de enseñanza.

Por cierto, la ciudad de Gijón sigue hoy en deuda con José Díez Canteli, que en el presente cuenta 90 años. Como director de obra de la Universidad Laboral, durante casi una década, fue un hombre profundamente entregado a su trabajo y absolutamente persuadido de que se podía ejecutar la arquitectura más noble. Además, su rigurosa labor en la certificación de obra propició que carezca de fundamento esa leyenda negra de que la construcción de la Laboral, en sí misma, fue un pozo de corrupción franquista.

Franco

Girón de Velasco

Pero volvamos al primer día de obra en aquel prado de Somió. No busquen la primera piedra de la Universidad Laboral. Nunca existió. Es decir, su inicio de construcción estuvo desprovisto de todo boato, del mismo modo que, en perfecta simetría, su final de obra -mejor dicho, su interrupción, en febrero de 1957, al cesar a su ministro - careció de glorias inaugurales.

Evidentemente, sí hay símbolos falangistas en el edificio, y hubo actos propagandísticos sobre la construcción de la Laboral, pero teñidos de esa disputa interna del régimen entre el alzamiento, el movimiento, la Falange, los camisas viejas y nuevas, la tecnocracia, etcétera. Gracias a ello, y al abrupto final de obra, cuando rueda la cabeza de Girón la Laboral es un edificio desprovisto de placas y lápidas e inmaculado de nombres propios, aunque todavía se ven numerosas hornacinas que fueron dispuestas para ello.

Vicente Álvarez Areces

En este primer año triunfal de la Ciudad de la Cultura y sexagésimo año de la Universidad Laboral, proponemos esta ruta de visita del noble conjunto: un recorrido en el que pueda cotejarse la huella nominal de Girón con la de mandatarios posteriores, mediante placas que también algún día podrían retirarse o taparse. No obstante, tal y como defendimos preservar las huellas del pasado, defenderemos en su día que continúen las placas inaugurales que llevan el nombre de , al menos testigos de las profundas y «respetuosas» transformaciones del edificio.

Y ahora, también al cumplirse un año de la Ciudad de la Cultura, habrá que volver al edificio con mirada renovada, misión difícil, pues todavía se lastiman los ojos cuando se realiza otra ruta que proponemos al lector. La de los dolores arquitectónicos: caja escénica mostrenca, teatro desfigurado, patio corintio desvirtuado, fachadas del centro de arte a imagen y semejanza de un supermercado de comestibles, etcétera. Y todavía falta ver qué sucederá con las fachadas del hotel, o con las del módulo de pisos. En cuanto a la ruta de los contenidos, seguimos en las mismas: en el mutis que evita el sacrilegio contra los dogmas culturales iluminados. Eso sí, lo exquisito, la delicatessen, la extravagancia, lo moderno, lo minoritario, tienen medio sumida a la cosa en cierta irrelevancia cultural.