Román GARCÍA

Ignacio Carlos Rendueles Menéndez, traumatólogo del servicio de urgencias del Hospital de Cabueñes, falleció ayer en Gijón a los 53 años. Varias afecciones cardiacas le habían obligado en los últimos meses de su vida a someterse a operaciones que no resultaron eficaces. El corazón dejó de responderle durante la noche del lunes, mientras dormía. Su hermano lo encontró muerto en su cama ayer por la mañana.

Rendueles, al que también se recuerda por su labor como confitero del establecimiento Luján, situado en la calle Uría, tenía dos hermanos: Pedro Ángel y Francisco Javier Rendueles.

Los restos mortales de Ignacio Carlos Rendueles serán incinerados hoy, a las doce de la mañana, en el Tanatorio de Gijón-Cabueñes. A la una, tendrá lugar el funeral por su eterno descanso en la iglesia parroquial de los Capuchinos. La capilla ardiente está instalada en la sala 13 del tanatorio.

El personal del Hospital de Cabueñes llora hoy la pérdida de uno de los doctores más veteranos del centro. Hace ya veinte años que Ignacio Carlos Rendueles entraba por primera vez por la puerta de este hospital en el que, en palabras de sus compañeros, «pasaba más tiempo que en su casa». No tenía especialidad médica y llegaba para aprender. Fue en el 2000 cuando obtuvo su su título de traumatología. Aunque la medicina siempre había sido su pasión, en su vida le había dado tiempo a estudiar tres carreras: además de médico era biólogo y maestro. Sus amigos cuentan que era un apasionado de la arqueología y la egiptología. Un gran humanista con el que se podía hablar de cualquier tema: «Hablases de lo que hablases, te dejaba con la boca abierta de todos los conocimientos que tenía».

Ignacio Carlos Rendueles era muy conocido en la ciudad por todos los trabajos que desempeñaba: además de traumatólogo en el servicio de urgencias de Cabueñes también ejercía su profesión en el centro de salud de Pumarín. Pero no sólo eso: la confitería Luján pertenecía a sus padres y, cuando éstos fallecieron, el negocio familiar pasó a sus manos. Rendueles, excelente confitero, supo mantener la clientela e incluso aumentarla.

El fallecido tenía, además, muchas historias de viajes que contar. Su tiempo libre lo dedicaba a viajar. Le apasionaba conocer mundo. Su conocimiento del mundo llegaba hasta cualquier rincón. De hecho, ni siquiera había nacido en España. Su familia, originaria de Peón emigró a Argentina, donde nació Rendueles.

Apenas hace cinco años comenzaron sus problemas del corazón. Los paros cardiacos le impidieron seguir trabajando y tuvo que abandonar el hospital, aunque según el personal que trabaja en el centro «seguía pasando por los pasillos porque no podía dejar de visitarnos y desconectar del todo».

Hace tan sólo unos días los problemas se fueron complicando y los amigos médicos que le trataban le fueron sinceros en todo momento: poco se podía hacer ya por su vida. El corazón comenzaba a fallar demasiado y acabó por pararse durante la noche del lunes. En una conversación personal con uno de sus amigos traumatólogos que había comenzado con él en el Hospital de Cabueñes recordaba una última confesión de Rendueles: «Morirse no es tan malo, yo estuve a la puerta y no parece tan malo, de verdad». Hoy éste amigo del médico gijonés recuerda emocionado estas palabras y sigue pensando en Ignacio Carlos Rendueles, el confitero, traumatólogo, maestro, biólogo y humanista. Una persona completa que no dejó de estudiar en ningún momento.