Saltan de nuevo a la actualidad los problemas de tender líneas de muy alta tensión, denominadas MAT, pero que aquí llamamos entrañablemente, desde hace muchos años, Soto-Penagos o Sama-Velilla, es decir, por los propios nombres de su origen y destino, donde los pobladores reniegan del paso de los cables, al igual que los habitantes de otros espacios atravesables.

La llegada de estas MAT de 400.000 voltios acongoja también a la frontera hispano-francesa, a la altura de Cataluña. Por lo que vemos en los mapas, la MAT catalana vendría a recorrer, más o menos, la ruta de Aníbal a través de los Pirineos, camino de la conquista de Roma. Lo que pasa es que el caudillo cartaginés atravesó relativamente rápido aquel paso con sus 100.000 infantes, 12.000 caballos y 50 elefantes, pero la MAT catalano-gala lleva casi tanto retraso como el tendido astur-cántabro entre Soto del Barco y Penagos, que el año que viene cumplirá dos décadas de intentonas. El último de tales intentos acaba de fallar tras un fallo judicial en contra, por ausencia de informe de impacto ambiental.

Respecto a la MAT franco-catalana, también hay noticias, aunque ambiguas. La Francia dice que hay que soterrar al línea entre su Baixàs y el Alt Empordà, a lo largo de 70 kilómetros, de los que 25 recorren suelo español.

Pero, pese a que la MAT todavía tendría que recorrer 130 kilómetros hasta su destino en el Vallés oriental, el Ministerio de Industria ya ha dicho que no se soterraría más, pues enterrar un flujo de 400 kilovatios multiplica hasta por 16 el coste de la línea.

En éstas estamos, y por lo que respecta al polo energético de El Musel sólo hay malas noticias: los molinos eólicos preocupan por su impacto en el horizonte; la planta de biodiésel, ni está, ni se la espera; el Gobierno planea frenar las plantas eléctricas en las regiones excedentarias; y, como puntilla, sin Soto-Penagos o Sama-Velilla no cuadra la evacuación de la electricidad producida por ciclos combinados alimentados por la regasificadora muselera. La MAT nos mata.