Parece que en estos días ha quedado aclarada la cuestión de la fecha del levantamiento popular de los gijoneses contra los franceses. No se hubiera tardado tanto si se hubiera creído y tomado en serio la opinión de uno de los historiadores más rigurosos de Gijón, especialmente respecto a sucesos locales, el que fuera su primer cronista oficial, don Julio Somoza, autor que no merece en modo alguno el olvido. De haberle hecho caso, haría ya más de cien años que hubiéramos sabido no sólo la fecha exacta de aquel histórico levantamiento popular, sino también otros detalles importantes como, por ejemplo, el verdadero apellido del cónsul que lo provocó.

Dice don Julio: «El 5 de mayo de 1808, era cónsul francés en Gijón, Mr. Miguel Lagoancre, no Lagonnier, ni Dagonnier, como erróneamente escriben otros, quien no comprendiendo el estado de ánimo del pueblo español por aquellos días, arrojó desde su casa, una proclama "anónima" -subraya el propio cronista-, al pueblo, favorable a las causa napoleónica». Se trataba de unos impresos conteniendo una carta, supuestamente escrita en Toledo por uno que se titulaba «capitán retirado», en la que se pintaba con vivos colores la situación lamentable de España, la incapacidad de los españoles par contrarrestar el poder del emperador de los franceses, lo felices que serían los españoles mudando de dinastía, la corrupción del palacio real y la ineptitud de Carlos IV, no menos que la de su hijo que acababa de subir al trono tras los sucesos de Aranjuez del 19 de marzo.

Eran las cinco de la tarde, probablemente la hora del paseo, cuando Lagoancre tuvo a bien arrojar aquellas octavillas desde el balcón de su casa, en la calle de la Cruz, hoy calle Corrida, aprovechando tal vez la concurrencia de gentes, y aconteció a pasar por allí el director del Instituto, el capitán de navío don José María Cienfuegos Quiñones, que ya había combatido a los franceses en la guerra de 1793, acompañado de don Antonio Merconchini, proveedor de las fábricas de Oviedo y Trubia, y don Luis Menéndez, oficial de artillería, y también don Victoriano García Sala, oficial de Marina.

Aunque todos estos señores manifestaron su desagrado, parece ser que la mayor indignación fue la de don Victoriano, quien, según don Julio Somoza, «cogió la proclama, la rasgó, la pisoteó y la escupió, retando en seguida al cónsul y a los suyos». Y añade a continuación el cronista de Gijón: «Esto fue el origen del motín, que terminó huyendo el cónsul de Gijón, con su familia, para La Coruña, y pereciendo después en la travesía a Francia».

No creemos que a don Julio le cegara la pasión de la sangre en alabar el gesto de su abuelo Victoriano, pues otras fuentes se paran a comentarlo añadiendo que, cuando uno de los compañeros del cónsul salió por la puerta trasera de la casa, huyendo a refugiarse en un barco anclado en la dársena con pabellón francés, y se enfrentó con el marino echándole en cara su conducta, éste respondió que lo había hecho porque lo consideraba una ofensa a sus reyes y a la nación, ofensa que como buen español no podía ni debía tolerar.

Esto no fue más que el principio. Durante la guerra de la Independencia siguió don Victoriano dando muestras de acendrado amor a su patria. Servirá en el Regimiento Granaderos de Gijón como sargento mayor a las órdenes del coronel Pedro Castañedo, alcanzará el grado de teniente coronel en propiedad por la Junta de Oviedo, y más tarde será ascendido a coronel por el general Arce, comandante general de la provincia, por sus acciones de armas. Si bien, según dirá en su testamento, no se le reconocieron tales distinciones.

En abril de 1809 fue comisionado por la Junta de Asturias para ir a Sevilla con el objetivo de manifestar a la Junta Central, concretamente a Jovellanos y Camposagrado, el estado de penuria en que se encontraba el Principado, y logró que el 13 de abril de 1809 se recibiese en la Junta Asturiana la agradable noticia de haber decretado la Central 50.000 fanegas de trigo y 580 quintales de arroz, y, por si fuera poco, el 23 de abril llegaron a Gijón dos millones de reales. No fue la única comisión que se le dio. De regreso es enviado a entrevistarse con el marqués de la Romana para que pase a Asturias. Estando en Cádiz dispuesto a partir, recibe carta de Jovellanos en la que le adjunta otra para el marqués de la Romana y en la que se despide con estas palabras: «Entretanto, vea Vm. cómo puede salir de sus encargos, y afufarse para Asturias, porque rabio de coraje al ver que no nos dicen lo que hacen o no hacen».

La confianza de Jovellanos en Victoriano era la de un padre con un hijo. Victoriano era sobrino de Pedro Valdés Llanos, uno de sus más íntimos amigos. Por eso, hacia años se había interesado por su futuro. Parece ser que el joven había entrado al servicio del obispo de Oviedo, por mediación de un tío suyo canónigo, pero no estaba contento con ello. La madre, viuda, le consulta a Jovellanos: «?me consultó sobre Victoriano, que repugna volver a casa del obispo, y tiene razón. ¿Qué sacará de allí? ¿Educación? No se da. ¿Renta? Es para los parientes. ¿Algún triste curato? No quiere ser clérigo. ¿Estudios? Pero ¿qué hará de ellos? ¿Recibirse de abogado? Veremos. Trátese con D. Pedro [Valdés Llanos], y [Francisco de] Paula».

Había acompañado muchas veces Victoriano a don Gaspar en sus paseos, solo o con más personas, otras veces en sus viajes, a Carrió o Candás, por ejemplo; otras, comiendo en su casa o sesteando, cuando no jugando, o de tertulia al terminar el día, o atento en algunas de las veladas literarias del ilustrado, y siempre participando de los buenos momentos a fuer de buen amigo, como cuando asistió con los alumnos del instituto a la merienda que les dio don Gaspar en Contrueces. Eran, pues, queridísimos amigos.

El 21 de enero de 1812 los franceses abandonaron por última vez Gijón. Un bando prohibía a todos los vecinos, bajo pena de muerte, salir de casa de día y de noche, abrir balcones y encender luces en las habitaciones. A las once de la noche, concentrados en la puerta de la Villa o del Infante (hoy plaza del Seis de Agosto) iniciaron su marcha por la carretera de Oviedo llevando forrados los cascos de los caballos y las ruedas de los trenes de artillería. Al terminar aquel año, el 26 de diciembre, en la iglesia de San Pedro de Gijón, contrajo matrimonio don Victoriano García Salas con la joven Nolina, nombre que cariñosamente daba Jovellanos a su pupila, Manuela Inguanzo de Cirieño, tan joven que necesitó el consentimiento de su tutor, que lo era, tras la muerte de Jovellanos y Francisco de Paula, el propio párroco don Antonio Cónsul.

Falleció Victoriano en 1844 a la edad de 68 años de edad, y Nolina murió en 1861, a la de 69. Hoy sus restos descansan en la cripta de la iglesia de San Pedro, en el mismo solar donde un día de la Historia consagraron su unión. Su recuerdo se nos hace hoy presente, de la mano de su nieto Julio, para decir que fueron testigos y protagonistas de unos hechos que honran y enorgullecen a las presentes generaciones de gijoneses y españoles.