Por fin, se apagó la luz del buen amigo, del compañero de tantos años de trabajo y de tantos años de ilusiones, casi siempre baldías.

Atrás queda ya una vida larga, vivida, menos el tramo final, que la enfermedad dejó opaco, en apasionada lucha contra la dictadura y la injusticia. Perteneció Margolles a la abogacía comprometida y militante de los años difíciles. Socio de postineras sociedades, no dejó, hasta la desilusión final, de pertenecer al Partido Comunista y abogar en Comisiones Obreras, cuando aquellos despachos no eran lugar de medro, sino de radical compromiso, como, en verdad, no podía ser de otra manera, dado el amor por la libertad que corría por sus venas.

Por nacimiento perteneció a una de las familias más rancias y liberales del Gijón antiguo, radicadas en la Cimavilla clásica. Su abuelo, don Celestino Margolles Viña, marino en la mar, y en tierra, periodista cuando cansó de surcar los siete mares, fue un gijonés apasionado de la villa; y famoso, no sólo por sus calderetas de pescado, sino, principalmente, por su lucha continua por la libertad de expresión y de conciencia, primero desde las columnas inocentemente anticlericales del primer «Comercio», que ayudó a fundar; después, y también desde su fundación, desde las del republicano «Noroeste», del que, durante los difíciles tiempos de «combate» fue redactor jefe. En aquellas luchas siempre estuvo acompañado, como en sus paseos por la calle Corrida y el muelle, por su inseparable amigo don Calisto Alvargonzález, al que siguió en casi todas sus «aventuras» en pos de las libertades.

A este gijonismo liberal y de combate añadía Jorge Margolles, en su amor por el pueblo, el gijonismo crítico, mordaz y costumbrista de las populares Ritas, Manuela, Elisa y Aurora, de las que Manuela Margolles Viña fue resumen y emblema. Fueron famosas las Ritas por sus empanadas y bollos, imprescindibles en toda fiesta, y también porque durante años Manuela fue el alma de las fiestas de la Soledad, cerca de cuya capilla estaba la casa familiar, en la calle Artillería, 36, hoy desaparecida.

Vivió de niño en el Ribadeo, que hoy mismo, día de su muerte, acoge el cuerpo de uno de sus hijos ilustres, cuya madre, doña Mercedes Bustelo, fue amparo, en momentos cruciales, de la perseguida familia del profesor de Dibujo de aquel instituto, don Manuel Margolles Déspora. En el Coto pagó don Manuel, con sobrados intereses, su contribución a las libertades de la España de hoy.

Margolles, como sus mayores, vivió en el pueblo y con el pueblo. Fue esforzado nadador, valiente y rápido futbolista por los campos de los barrios del pueblo, y en su madurez, no despreciable tenista. En la vieja «Carreña», entre amigos de la juventud balompédica, fue feliz, como lo fue con todos sus amigos, a los que, en todo lugar, incluso en las adversidades, supo contagiar su vivo optimismo. Muchos de ellos han ido desapareciendo, Ramón Prieto, Osorio, Paquet, Julián Ayesta, Blas Delgado son los que más recuerdo por verlos con frecuencia por su despacho. Con Jorge Margolles se cierra una ventana más del edificio del Gijón predemocrático, el de la Junta, la Plataforma, la Justicia Democrática, de las reuniones clandestinas, y de las disputas y elecciones, casi siempre sin éxito, en los colegios de Abogados de Gijón y Oviedo. No deja hijos. Deja una compañera sufrida, más allá de toda ponderación, que hizo soportable la larga agonía, aunque sin dolor, de su terrible enfermedad, en cuya oscuridad terminó sucumbiendo. Y deja una hermana, la última de los seis, que también le ha atendido hasta el último momento. Se nos fue el amigo irrepetible. El hombre de conciencia sana, de corazón abierto... Cuantos le conocieron sufrirán hoy, como sufren ya sus familiares y amigos, con la noticia de su muerte.

El abogado Jorge Margolles de la Vega falleció ayer en Gijón, y su funeral será hoy, a las 18 horas, en la parroquia de Begoña (Carmelitas).