Miriam SUÁREZ

Luisa y Ángel Martínez decidieron «meterse hasta el fondo» en la remodelación de su restaurante coincidiendo con el inicio de las obras de urbanización de El Lauredal. Estos dos hermanos, con 19 años de trayectoria hostelera en el asador La Bombilla, de Jove, cerraban por reforma casi al mismo tiempo que la constructora Coto de los Ferranes ponía el primer ladrillo de esta nueva área residencial y volvían a abrir el local cuando ya estaban a punto de rematarse cuatro edificios. El negocio de Luisa y Ángel es el reflejo de una transformación urbanística que, tras dos años de obras, «realmente impresiona».

Esa transformación abarca una superficie de 153.580 metros cuadrados, donde se están construyendo 1.200 viviendas y una residencia geriátrica para Mensajeros de la Paz. Hace un par de meses, Coto de los Ferranes entregaba las llaves de 180 pisos, los primeros que se habitan en El Lauredal junto con los 224 que ha promovido el Principado en régimen de protección. «Nosotros, si nos metimos en la reforma, fue pensando en todo esto que se está haciendo aquí, desde luego», comenta Luisa Martínez. «¡Mira cómo dejaron esta calle de guapa! Antes, aquí no teníamos ni alcantarillado», destaca.

Se refiere a la avenida de El Lauredal, que completa su recorrido alrededor de la nueva urbanización como avenida de El Cerillero. Será la arteria principal de este nuevo núcleo urbano, que poco a poco va cobrando vida. Aunque, en los cuatro bloques que ya están acabados, todavía no se aprecia el calor del día a día y hay más ventanas con el cartel de «se vende» que con cortinas. Cuando los pisos de El Lauredal empezaron a salir a la venta, en primavera de 2006, había tal expectación que incluso se formaron colas y hubo quien compró tres pisos de una tacada por invertir. Esos pisos son los que ahora se anuncian en los cristales.

El sector inmobiliario vive un momento de inflexión y los ritmos de comercialización se han serenado. Aun así, las tres constructoras de la zona -Coto de los Ferranes, grupo Progea y Piñole- tienen prácticamente agotadas las promociones de entrega más inmediata. Si quedan «últimas viviendas» es en los edificios que se terminarán dentro de un par de años. Para entonces, El Lauredal se habrá consolidado como un barrio más de la zona Oeste.

Entretanto, los pocos vecinos que todavía tiene la urbanización empiezan a hacer hogar. Se trata principalmente de parejas jóvenes, que acceden por primera vez a una vivienda en propiedad. Es el caso de Jorge Olmo, 23 años, electricista. Se mudó a El Lauredal a las dos semanas de escriturar el piso. Él, su mujer -Cristina Pinilla- y su hija Claudia, de cinco meses. «Estábamos de alquiler y nos corría prisa venir. Es el primer piso que compramos. No fue barato, pero tal como están ahora las cosas...», comenta.

Están contentos con la elección. De momento, en su planta no hay más vecinos que ellos «y al edificio le falta vida», pero Jorge y Cristina están convencidos de que El Lauredal «tiene muchas posibilidades de cara al futuro». Por lo pronto, existe el interés de una gran cadena de alimentación por instalarse en la zona. Aparte, «se están acondicionando muchos espacios verdes, tenemos jardines infantiles privados...», valora Jorge Olmo en su condición de padre.

Que la nueva urbanización sea así de oxigenada es un valor que también tuvieron en cuenta Sheila Fernández e Iván Pérez, ambos de 24 años y procedentes de La Calzada. «Mi padre me insistía: "tenéis que invertir en algo, tenéis que invertir en algo". Así que vine a preguntar por estos pisos», cuenta Sheila, que mañana empieza a trabajar como ginecóloga en el Hospital de Cabueñes. «Queríamos un piso soleado y de dos habitaciones. Sólo quedaba uno, y reservé. Cuando llamé a Iván y se lo dije, se quedó frío», prosigue.

La pareja da por bueno el impulso que tuvo Sheila. Buscaban sol y tienen sol. Querían quedarse en el entorno de La Calzada y «estamos a sólo cinco minutos de la calle Brasil». Les encanta la tranquilidad y, de eso, El Lauredal está sobrado. «Esperamos venir a a vivir después del verano. Ahora es que tenemos la nevera y poco más», calcula Sheila Fernández, que está semana incorporó a su patrimonio doméstico un juego de cuchillos -regalo del banco- y los muebles de la habitación principal. Una ilusión más.

A medida que los edificios se van llenando de vecinos, el restaurante de Luisa y Ángel Martínez necesita más manos para trabajar. Antes, de diario, se arreglaban con tres o cuatro personas. Ahora, son 12 y les hace falta personal. «Ése es el problema, que no encontramos gente; no llaman ni para preguntar el sueldo», afirman. Pero ésa es otra historia.