M. IGLESIAS

Cuenta la historia que la palabra bombón procede del francés, cuando los niños exclamaban «¡Bon, bon!» (¡Bueno, bueno!) al probar un dulce. El paso de los años ha hecho que este postre adquiera nombre propio, pero no que cambie la cara de placer de los pequeños al contacto con el chocolate. Bien demostrado quedó ayer, cuando los alumnos de 5 años de la Escuela Infantil Gloria Fuertes disfrutaron con una clase en la que no sólo aprendieron las técnicas pasteleras de mano de un profesional, sino que también cataron el resultado.

Fermín García Pello ostenta el título de confitero en la confitería La Fe y también el de ser padre de una de las niñas de la escuela, Alba. Con motivo del estudio de las profesiones, el centro ha decidido que algunos de los padres de los niños escolarizados expliquen a los pequeños cómo es su trabajo y su día a día; y ayer le tocó el turno al pastelero, quien descubrió los secretos de creación de las famosas «rocas» de chocolate.

«Antes de la elaboración del postre, les damos una clase teórica a los niños en la que explicamos cuáles son las técnicas correctas de alimentación, hábitos de higiene, de consumo y también razonamos por qué comer dulces de forma habitual no es correcto», cuenta una de las profesoras encargadas de la actividad, Lourdes Menéndez.

Una vez que ya han absorbido los conocimientos básicos sobre alimentación y dietética, comienza el espectáculo. Ataviados con mandiles y gorros de cocinero, un total de 63 niños, divididos en dos grupos, trabaja durante hora y media en la creación de «rocas». «Primero cuento cuáles son los ingredientes, de dónde procede cada uno y luego explico cómo se elabora el dulce», dice Fermín, «después ellos son los artistas, son los que lo ponen en práctica lo aprendido y ¡a comer!», añade el confitero.

Éste es el segundo año que el padre de Alba acude al centro, aunque ellos esperan que no sea el último. Cada uno de los alumnos se encargó de mezclar el chocolate con las almendras y, aunque todos tenían la orden de que había que dejarlo enfriar, pocos la cumplieron. «Si miráis de cerca el chocolate es como si se vieran infinitas estrellas, por eso hay que mezclarlo bien, que se unifique la temperatura para que todas tengan el mismo color y brillen por igual», contaba Fermín García.

Mientras, los pequeños, quienes recibieron al confitero con una pancarta que rezaba «gracias Fermín por hacernos cosas tan ricas», se relamían los dedos comiendo el chocolate y las almendras, antes de que estos ingredientes llegaran a transformarse en «rocas». Sólo algunos lograron terminar el proceso; «Quiero una para mi madre», decía una de las pequeñas, mientras dejaba atemperar el postre; otros, por el contrario, lo guardaban para ellos, aunque todos coincidieron en lo mismo: su pasión por el chocolate.