Por favor, le agradeceré que publique en ese periódico, del que soy lector asiduo, el siguiente escrito: se trata del servicio inadecuado y la falta de atención al cliente, cada vez mayor, por parte de esa empresa (Feve, Ferrocarriles Españoles de Vía Estrecha), al menos, en lo que respecta al área asturiana y por lo que quiero dejar constancia de mi queja y protesta, que hago con toda justicia y razón. En esta ocasión, lo ocurrido es como sigue: tomé el tren de Feve en Blimea del Rey Aurelio, con destino y de regreso a Gijón-Xixón esta noche, a las, aproximadamente, 21.56 o 21.57 horas (hago constar que el tren llegaba a esa estación sin demora) esperando comprar el billete a bordo del mismo e inmediatamente o sin mucha demora, como es habitual cuando se coge el tren de regreso en aquella estación que no tiene venta de billete directa y personal ni tampoco máquina expendedora del mismo. El revisor a bordo se bajó de la unidad inmediatamente a la llegada a la estación de Feve de Sama de Langreo. No subió ningún otro revisor a bordo y me preguntaba si acaso iba un sustituto con el conductor del tren o en el compartimiento de conducción. Más tarde, a nuestra llegada, puntual a destino (Gijón-Humedal), vi que no venía ninguno y me encontré sin billete para poder salir de la zona de las máquinas admisoras y controladoras de billetes del pasaje. Como el servicio de autobuses (de la línea 12) estaba a punto de finalizar, yo tenía prisa. Por ello solicité a un empleado de Feve o de la empresa de seguridad que me hiciera el favor de ayudarme, ya que, como nunca uso el servicio de esas máquinas (pues saco el billete de ida y vuelta para el mismo día en la ventanilla de despacho del mismo) tenía algo de confusión e iría muy lento. Ese señor, amablemente, me ayudó a sacar el billete (ya que, además, se trataba de usar la «tarjeta azul») lo que le agradecí mucho, quejándome al mismo tiempo, y con toda justicia y razón, de la pérdida de tiempo (además de la complicación) que ello, el tener que proceder de esa manera, me causaba.

Se puede demostrar fácilmente que el sacar billete por medio de esas máquinas lleva el doble o el triple de tiempo que comprar el billete bien sea en la ventanilla de la estación o comprándolo a un revisor a bordo; o sea, perjudican así al cliente y viajero. Aparte de que son máquinas instaladas a fin, sobre todo, de reducir personal por parte de esa empresa, en un país como España, donde precisamente no abunda el empleo, y no digamos en Asturias. Al final, y por esa demora e inconveniencia, perdí el último autobús Emtusa de la línea 12 en dirección a la avenida Schultz (*) y Carretera Carbonera y, por ello, tuve que gastarme unos 5.65 euros en tomar un taxi al salir de la estación y comprobar que ya había pasado el último autobús en servicio de esa línea. Y claro, esos señores (de Feve) no me van a pagar la debida compensación o el coste del taxi. O sea, que se puede decir de Feve: ¡vaya desastre y vergüenza!, ¡no hay derecho! Desde luego que me voy a quejar directamente a ellos en esta ocasión y por este motivo, pues, de hecho, estoy harto de que me pasen cosas así con esa empresa. Y si los demás viajeros, o la mayoría de ellos, no se quejan, no por eso voy a seguirles y hacer lo mismo que ellos (oigo, de hecho, muchas quejar airadas en el tren, pero, una vez bajan y llegan a destino, no lo hacen. ¿Por qué? Por lo que sea, por temor, o porque lo dan por imposible, o por no molestarse más. ¡Me da igual!). Y así, al final, vamos teniendo un servicio cada vez mas deficiente y tercermundista. No creo que debamos quedarnos callados.

El fundador de la unión Lumen Dei, P. Rodrigo Molina, S. I., no recomendaba la lectura del Antiguo Testamento a los católicos incipientes. Él sabía que se trataba de textos que resultaban enmarañados para las personas inexpertas. Y lo curioso es que no les dicen nada los sagrados textos a no pocos hombres de ciencia y continúan siendo ateos sin caer en la cuenta de las verdades científicas que ha demostrado la Biblia muchos siglos antes de que fueran descubiertos por el hombre. Veamos algunos ejemplos: a) La Biblia declara que la tierra es esférica, algo que todos los sabios antiguos negaban, y hoy nadie lo duda (Isaías 40, 22).

b) Que la tierra está suspendida sobre el vacío. Esto aparece en el libro de Job 26, 7, muchos siglos antes de que Newton descubriera la ley de la gravitación universal.

c) Que la corteza de la tierra reposa sobre un fuego interior, tal como leemos en el libro de Job 28, 5.

d) Que la tierra está envuelta por una atmósfera que la rodea por todas partes (Génesis 1, 7), y que el aire, un elemento impalpable, es, sin embargo, pesado (Job 28, 25).

e) Que el agua de los ríos procede del mar, adonde vuelve, cosa que los sabios de aquella época no tenían medios para comprobarlo (Eclesiastés 1, 6).

f) Que los vientos marchan en circuitos y vuelven a su punto de partida (Eclesiástico 40, 11), verdad científica que sólo a los científicos fue posible descubrir muchos siglos después, posiblemente cuando descubrieron las estaciones meteorológicas y las telecomunicaciones. Está claro que Dios ha precedido a los descubrimientos de la ciencia una porción de siglos, y esto no lo quieren reconocer un sinnúmero de sabios. Es verdad que también son muchos los científicos que nos demuestran una actitud muy respetuosa ante la religión, y no pocos son practicantes. Veamos algunos ejemplos: Albert Einstein, premio Nobel de Física: «Me basta contemplar el misterio y reflexionar sobre la maravillosa estructura del universo para descubrir la admirable sabiduría de Dios en la naturaleza». Isaac Newton: «Hay que reconocer la voluntad y el dominio de un ser inteligente y poderoso». Alfred Kastler, premio Nobel de Física: «La idea de que el mundo se ha creado él mismo me parece absurda. Yo no concibo el mundo sin un creador, Dios». Edmund Whittaker, profesor de la Universidad de Edimburgo, se convirtió al catolicismo como fruto de sus investigaciones sobre el origen del universo. Y el descubridor del planeta Neptuno, Leverrier, fue ferviente católico. Laplace murió como fervoroso cristiano. Incluso Galileo, a pesar de su proceso, murió cristianamente, y Copérnico y Lemaitre fueron sacerdotes. Heisenberg, premio Nobel de Física con 31 años, uno de los pioneros de la energía nuclear, dijo en Madrid en 1969: «Lo que sí creo es en Dios. De él viene todo, por tener una inteligencia infinita». Y Alexis Carrel, premio Nobel de Medicina, muerto en 1944, dijo: «Yo creo todo aquello que la Iglesia católica quiere que creamos. Y no encuentro ninguna dificultad, porque no encuentro en la verdad de la Iglesia ninguna oposición real con los datos seguros de la ciencia». Ante las pruebas teológicas y los testimonios que anteceden, nos parece sensato reconocer que el ateísmo carece de fundamento sólido, y deja sin resolver muchos más problemas que todos los misterios que acepta nuestra fe.