El texto de Mateo que leemos hoy pertenece a la sección final del sermón de la montaña. Jesús insiste en distinguir las obras y los dichos: «no todos los que dicen Señor, Señor, entrarán en el reino de los cielos, sino sólo los que hacen la voluntad de mi padre celestial». No basta hablar en el nombre del Señor, ni siquiera expulsar demonios o hacer milagros. Los hechos, los testimonios, las obras, el cumplimiento de la voluntad del Padre son la condición indispensable que nos facilita llegar al reino.

El mérito de Jesús de Nazaret consistió en abrir otros caminos para llegar a Dios, al margen de la religiosidad oficial y de la ley: el amor efectivo al prójimo, la cercanía a los que sufren, la lucha por erradicar lo que oprime y explota al hombre. Es necesario recuperar la dimensión perdida del cristianismo, oscurecido, muchas veces, por estructuras que sofocan y anulan lo genuino y auténtico de nuestra fe cristiana.

Las palabras de Jesús apuntan de lleno a la constante tentación de muchos creyentes, que buscan refugio y apoyo en una espiritualidad alienadora que impide el desarrollo de la dimensión social de la fe.

Cuando Juan el Bautista envía a sus discípulos a Jesús para clarificar su identidad como profeta, Jesús les responde: «Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la buena noticia».

El profeta Oseas nos advierte de que Dios prefiere la misericordia a los sacrificios y Jesús nos presenta a un Dios inseparable de la justicia: «Buscad a Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura».

Finalmente, se nos invita, a la hora de asentar la fe, a edificar sobre roca y no sobre arena. Si edificamos nuestra fe en esquemas sin contenido, en la superficialidad y el fanatismo, en una formación infantil y poco adulta, vendrán los vientos y los torrentes y derrumbarán el edificio. Cualquier situación difícil, cualquier contrariedad inesperada da al traste con una fe débil, incapaz de soportar lo inevitable. Al contrario, cuando nuestra fe se apoya en la confianza en Dios, en la fortaleza del espíritu, en una formación adulta y responsable, aguanta, como el edificio construido sobre roca, todas las dificultades y contratiempos, desafiando todos los vientos y torrentes.

José Luis Martínez, sacerdote jubilado.