La sordidez de la miseria toma un tono más terrible con la presencia de la droga. Drogadictos, enfermos, como cadáveres vivientes buscan o deambulan por las calles del centro de la ciudad, y en especial por los jardines de la plaza de Europa. Los más deteriorados o enfermos pueden morir en un cajero bancario, si tienen suerte de pasar la noche bajo techo. Otros son utilizados como esclavos por los traficantes. Se habla de crisis económica, pero la existencia de realidades como la del céntrico parque gijonés nos lleva a pensar que ese problema siempre estuvo ahí. ¿No es importante para una ciudad que busca la excelencia turística intervenir en situaciones de enfermedad y deterioro social extremo? Es la expresión terrible y última de las drogas. Un diario nacional publicaba hace unos meses una entrevista con el arquitecto Jaime Lerner, asesor para asuntos urbanos de la ONU, en la que se podía leer: «El mayor desafío para las urbes de todo el mundo no es su crecimiento, sino cómo erradicar el narcotráfico».