En 1991, con motivo del tercer centenario de la construcción de la capilla de la Virgen de Nuestra Señora de la Peña de Francia, en la parroquia gijonesa de Deva, el historiador, fotógrafo, erudito, y en tiempo, jefe de la Policía Local de Gijón, Isidoro Cortina Frade, se entregó al estudio de este popular santuario mariano con el objeto de rescatar del olvido su interesante e ignota historia, una historia, que, por cierto, estuvo vinculada desde sus cimientos a la familia de más raigambre del concejo de Gijón, la de los marqueses de San Esteban del Mar, posteriormente condes de Revillagigedo. Según señala Cortina Frade, la elección del emplazamiento del santuario en Deva está justificada por una tradición religiosa o divina que se pierde en los albores de los tiempos, como suele suceder con otros cultos marianos que se inician de un modo impreciso, a caballo entre la religiosidad y el mito, pero que termina por arraigar profundamente en el sentimiento de las gentes hasta convertirse en parte del acervo cultural de los pueblos. En este caso, el mito habla de la aparición de la Virgen a un labriego de la feligresía, al pie de la peña donde aflora el arroyo de Peña Francia (el popular güeyu de Deva), del posterior traslado de la imagen a la iglesia y del milagroso regreso de la Virgen al lugar donde se había aparecido, lugar donde se edificó el santuario. El propio topónimo Deva parece remitir a un lugar en el que se veneraba el carácter divino del agua, lo que nos sitúa en un remoto recodo de la historia. Con la cristianización del territorio, estos terrenos sagrados para los primitivos moradores de la zona fueron pasados por el tamiz de la religión cristiana y sacralizados, siendo muy probable que en este lugar se levantase una ermita u oratorio precedente del actual.

El templo actual, puesto bajo la advocación de Nuestra Señora de la Peña de Francia, fue construido por Luis Ramírez de Valdés, prior de la catedral de Oviedo, siendo inaugurado el seis de septiembre de 1691 con la celebración de una misa ritual que celebró personalmente el titular del patronazgo y promotor de la capilla. Como apunta Isidoro Cortina, el santuario de Deva se enmarca dentro de las iglesias de carácter popular propias del siglo XVII, si bien, presenta algunas peculiaridades llamativas como su propia composición espacial adaptada a la función de santuario, sustituyendo la portada de los pies por un ventanal enrejado que permite la visita de los devotos. Otro elemento distintivo, aparte de la adaptación del templo a la topografía del terreno, es la existencia de un coro alto de madera que se comunica al exterior por una escalera situada bajo el pórtico. Del autor material de la fábrica del templo nada se sabe, aunque el autor apunta la posibilidad de que se tratase del mismo que trazó el palacio de Revillagigedo, en la plaza del Marqués. Como recoge Isidoro Cortina, el templo fue objeto de diversas reformas a lo largo del siglo XIX impulsadas por los titulares del patronazgo, los marqueses de Revillagigedo, interesados en introducir mejoras en su cercana finca, como el cierre de la misma, en 1863, que afectó al entorno del santuario. En ese mismo año el Marqués pidió permiso a la autoridad para aprovechar las aguas del río de Peña Francia para formar un estanque de piscicultura, proponiendo también construir una fuente y lavadero cubierto. De esa fecha data también la construcción del puente sobre el río, levantado para reformar el viejo camino que conducía a Gijón, que pasaría a incorporarse a la posesión condal.

Unas páginas adelante, el autor se detiene en los pormenores del patronato de la capilla (entre sus privilegios figuraba el de poner el escudo de armas de su linaje en el templo, en este caso, el escudo de los Ramírez Jove se colocó en la base de la capilla, sobre el nacimiento del río) y en la figura de su impulsor, abundando en los detalles de su funcionamiento y sostenimiento (parece ser que la capilla fue una de las que tuvo mayor dotación, siendo muchos los bienes inmuebles de la parroquia adscritos a la misma). Como dato curioso indicar que en los primeros tiempos de la fundación de la capilla, ésta estuvo al cuidado de un ermitaño (se documentó la existencia de dos), figura que con el tiempo se sustituyó por la del santero o sacristán, que disponía de casa en las inmediaciones del santuario. Los últimos apartados de esta interesante publicación se dedican al papel del templo como panteón familiar de los condes de Revillagigedo (desde 1889) y a los miembros de los linajes del marquesado de San Estaban del Mar y del condado de Revillagigedo. Como en todos los trabajos de este erudito discípulo y amigo del Padre Patac (quien firma el prólogo), se incluye un apéndice documental para profundizar en algunos de los aspectos relatados en el texto.