Hasta el mes de octubre se puede visitar, en la sala de exposiciones Antigua Rula, una interesante muestra organizada por la Autoridad Portuaria de Gijón. «Puerto de Gijón. Monstruos marinos: de la leyenda a la realidad» es su título y su responsable es el biólogo José Antonio Pis. Especies bien singulares aparecidas en la costa asturiana -ahí podemos ver peces raros, tortugas enormes y calamares y pulpos gigantes-, en la que estamos seguros será una de las visitas obligadas este verano. Nosotros apuntamos algo más sobre el tema. El gijonés más reconocido, Gaspar Melchor de Jovellanos, escribió mucho sobre Gijón y su relación con el mar. En su «Diario», por ejemplo, vemos la descripción de unos cetáceos aparecidos en la playa de El Arbeyal en el año de 1795. Incluso añadió el ilustrado unos dibujos de sus colas. Escribió Jovellanos: «Jueves, 22 de octubre de 1795. Gran novedad: avisan que en la playa de El Arbeyal han aparecido unos cetáceos desconocidos, en número increíble; que se les oyó por la noche mugiendo a la manera de las vacas; acudieron los aldeanos de Jove; pasado el susto empezaron a atar alguno por la cola y remolcarlos a la playa; son dóciles; sólo fieros cuando heridos».

«Viernes, 23 de octubre de 1795. A ver los peces de ayer; gran número fueron traídos al puerto; son enormes: de 22, 26 y 30 palmos de largo; piel negra, lisa, semejantes a los calderones; dos especies; la cola en unos horizontal y en otros vertical de ésta. Dos carreras de grandes y durísimos dientes cónicos; la carne, en la superficie hasta tres, cuatro y más dedos, blanquísima, grasa; más adentro denegrida. Mientras los terrestres, echándoles guindaletas a la cola, los remolcaban a la playa de Jove, los marineros, en bote, los traían al puerto».

Es muy conocida (y eso sí se cuenta en la exposición) la historia de la ballena que varó en la zona del río Piles a mediados de octubre de 1885, noventa años más tarde de lo que nos cuenta Jovellanos. Causó una conmoción y se realizaron verdaderas excursiones a esa parte, al oriente de la playa de San Lorenzo (era entonces un lugar de muy difícil acceso y lejos del centro de la ciudad), de los gijoneses de la época para verla, para tocarla y para subirse en ella. Se trataba de vencer al monstruo. De hecho, quedó en la memoria local la expresión «ir a ver la ballena» como algo relacionado con la fantasía, con lo mágico. Otros cetáceos vararon en la zona de El Natahoyo en épocas más recientes, por ejemplo, a final de la década de 1940 apareció en las cercanías del monte Coroña una «ballena» que la leyenda engrandeció como un monstruo marino, aunque se trataba de un trozo, no pequeño, de un cetáceo, pero desde luego no una ballena propiamente dicha. Tres toneladas y media pesaba el cachalote que apareció, muerto, junto a Astilleros del Cantábrico en tiempos relativamente cercanos. La prensa local del día 21 de mayo de 1975 nos muestra ese cachalote igual que el de 1885: con la gente asombrada y pisando al monstruo marino, dominándolo. Hay que tener en cuenta que la última constancia que se tiene de una ballena cazada en Gijón es del lejanísimo año de 1722.

Otro ejemplo, de menor tamaño naturalmente, pero sobre la que también había que ponerse encima, es la tortuga gigante pescada el 5 de junio de 1928 y que pesó 480 kilos. De esta tortuga existe una fotografía, que podemos ver en la exposición, y su historia es la siguiente. Unos pescadores la atraparon a la altura de Rodiles arrastrándola hasta la Rula, en Gijón, adonde llegó aún viva. Un catedrático de Ciencias Naturales del Instituto de Jovellanos, de apellidos Gómez de Llerena, la clasificó como Dermochelys coriacea y sus dimensiones eran de 2,20 metros de larga y de ancho 2,55 metros. Desde la Rula gijonesa se le trasladó a la estación de ferrocarril para llevarla a Madrid, para que se conservase, disecada, en el Museo de Ciencias Naturales. Eso nos cuentan tanto «El Noroeste» como «La Prensa», del día 6 de junio de 1928.

Y a Gijón también llegaron ejemplares de hombre-pez, aunque no tenían nada que ver con el famoso de Liérganes, Cantabria. Recordemos que Francisco de la Vega Casar desapareció en las aguas de Liérganes la noche de San Juan de 1764. Cinco años más tarde apareció -ya mitad hombre y mitad pez- en las aguas de Cádiz. El padre Benito Jerónimo Feijoo se ocupó de este raro caso en su «Teatro crítico universal».

El diario gijonés «Voluntad», del 28 de noviembre de 1963, habla de un hombre-pez que, muerto, se exhibía en un colegio de Zuera, en Zaragoza. Contaba que un sacerdote llamado Jesús Cariacedo lo había enviado al colegio desde México, donde había sido capturado, y que el hombre-pez medía medio metro de largo. Curiosamente, el día antes el diario LA NUEVA ESPAÑA también habla de un hombre-pez. Además, «aparecido en Gijón». En efecto, en la página nueve del ejemplar del día 27 de noviembre de 1963 se habla de un hombre-pez. En realidad, un pez, eso sí, con aspecto semihumano y conocido como «pez diablo». Un gijonés había comprado, unos años antes, ese «horrible monstruo de las profundidades marinas» en México y lo conservaba disecado.