Nueva decana de la Universidad Pontificia de Salamanca

J. MORÁN

La gijonesa -aunque criada en Morcín- Carmen Delgado Álvarez acaba de ser nombrada decana de la facultad de Psicología de la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA), dependiente de la Iglesia católica. Además de profesora titular de Psicometría y de Estadística Multivariante, Carmen Delgado es actualmente directora del posgrado de Intervención Multidisciplinar en Violencia de Género.

-¿Qué pretende este posgrado?

-Capacitar a profesionales desde una perspectiva multidisciplinar, desde la Psicología, el Derecho, la Educación, y especializarles para que puedan entender el problema de la violencia machista, lo que tiene de específico, y cómo intervenir sobre el que es un problema completamente diferente a cualquier otro problema psicológico o social.

-¿Cual es el estado de la cuestión en violencia machista y qué sabemos científicamente de ella?

-Sabemos que es un problema estructural y que las causas no están en la psicología individual de los individuos que la ejercen o de las mujeres que la padecen, sino que tiene que ver con la socialización en unos valores determinados, que llamamos patriarcales, en los que se supone que los hombres ocupan una posición de dominación y las mujeres de subordinación. Esto, llevado al extremo, se concreta en la psicología de los individuos que ejercen la violencia. Son esos valores llevados a un grado extremo. Por tanto, la acción que queramos llevar a cabo siempre tiene que tener en cuenta esta perspectiva y por eso no existe un perfil del agresor; no tiene ningún perfil ni sociológico ni psicológico. Lo único que comparten es una ideología. Por eso decimos que es una violencia ideológica, que responde a unos valores y a unas creencias, y por eso la intervención tiene que ser la de trabajar sobre estas creencias.

-Se dice que es muy difícil modificar las creencias.

-Por eso es tan difícil erradicar este problema. Es lo más parecido a la violencia política, que tiene un carácter ideológico. La intervención no consiste en que tú consigas que el individuo controle unos impulsos agresivos, porque en realidad los maltratadores no son más agresivos que el resto de la población. Incluso son personas muy adaptadas socialmente, con buena imagen social. Por ello no sorprende mucho cuando en un caso de estos salen los vecinos y dicen: «¿Pero cómo?, si era una persona normal». Por eso la intervención psicológica que vaya dirigida al impulso agresivo no funciona y los índices de recuperación cuando se aplican esos programas son muy bajos. Han de utilizarse entonces programas de reeducación, de rehabilitación, y eso es mucho más complicado.

-¿El maltratador, es machista o patriarca?

-Incorpora las dos cosas. Una suele ir ligada a la otra. El machismo es la ideología que sustenta el patriarca.

-Usted ha investigado los patrones masculinos y femeninos en la violencia machista.

-Son patrones complementarios. Mientras que el hombre ha sido socializado en la dominación, en la asertividad, en la competitividad, en la afirmación?, a las mujeres se les ha socializado para ser complementarias, para la sumisión, para estar pendientes de los demás, para el cuidado de los otros. Y esto es lo que hace que sea tan fácil, entre comillas, atrapar a una mujer en una relación violenta, porque la mujer no se enamora de un maltratador; se enamora de un hombre encantador, maravilloso, que la seduce y que una vez que está implicada en la relación emocional y que aparece el verdadero rostro del maltratador ella está enganchada.

-¿Sumisión?

-Su compromiso con esa relación es tal que su valor de cuidado está por encima de todo lo demás, incluso por encima del cuidado de ella misma. Su valor del cuidado del otro, que ha sido el valor interiorizado en la socialización, hace que trate de ayudar al maltratador. De hecho, cuando una mujer viene a pedir ayuda dice: «Yo lo que quiero es saber cómo puedo hacer para cambiarle». Por eso cuesta tanto que rompa la relación, porque lo intenta continuamente. Pasan siete o nueve años, como promedio, y se da cuenta de que ese cambio es imposible.

-El nivel social del maltratador cada vez es más elevado. No parece un problema de ignorantes.

-Absolutamente. Lo que pasa es que el maltrato más conocido es el de las clases sociales bajas, que tienen menos medios para mantener la privacidad con esos sucesos. Suelen ser esas clases bajas las que acuden a servicios sociales y las que quedan reflejadas en las estadísticas. Pero hay estudios muy interesantes, por ejemplo en Francia, que daban el dato de que más del sesenta por ciento de maltratadores tenía estudios universitarios. Efectivamente es así, lo que pasa es que en capas sociales más altas es más fácil ocultarlo, pero se produce de una forma tan brutal como la que aparece en los casos tan impactantes que salen en los medios de comunicación.

-¿Qué otras falsas creencias existen sobre la violencia machista?

-Hay bastantes, aunque poco a poco se van desmontando. Por ejemplo, ligarlo al tema de las adicciones, del alcohol; o que es un problema psicológico de los maltratadores, o que la mujer tiene algo que ver en esa situación de maltrato. También se piensa erróneamente que sólo algún tipo de mujer es susceptible de ser maltratada, o que la mujer puede hacer algo para que el hombre deje de maltratarla? Todavía hay mucha gente que dice, «claro, es que si supiera entenderle, si supiera tratarle». Nada de esto es cierto y las investigaciones muestran que son mitos o falsas creencias.

-Hace unos años, cuando la Casa Malva de Gijón fue objeto de denuncias por algunas usuarias, usted intervino en la polémica con una tribuna en LA NUEVA ESPAÑA.

-Trataba de puntualizar, desde un punto de vista de conocimiento del tema, algunas cuestiones que se estaban debatiendo y que creo que se les estaba dando un tono político que no tenía. Por ejemplo, se planteaba que en la Casa Malva imponían a las residentes que no pudieran ver a sus parejas, o se les hacía firmar un compromiso de no mantener la relación con la pareja. Esto se interpretaba como una imposición desmedida cuando en realidad forma parte de la rehabilitación el hecho de separarla del agresor. La mujer necesita una recuperación de esa situación traumática y, sobre todo, romper el vínculo con el maltratador.

-Menciona la palabra vínculo, que también es un término del Derecho Canónico. La Iglesia católica no ve la violencia machista como motivo de nulidad matrimonial.

-Respetamos todas la creencias religiosas y la no creencia. Sólo trabajamos en el plano psicológico. Si es una persona religiosa que cree en ello, ella mantendrá el matrimonio en su fuero interno, aunque no conviva con el maltratador. Pero no afectan esas creencias al proceso que la persona sigue en su recuperación.

-Usted ha sido profesora en la Universidad Centroamérica de El Salvador. ¿Cuál fue su experiencia?

-Impartí Estadística y Psicología Social después de que en 1989 asesinaran a los jesuitas de la UCA. En aquel momento necesitaban profesorado y, concretamente, en la cátedra que llevaba el doctor Martín Baró, que fue uno de los asesinados. Fue una experiencia en una sociedad muy distinta, donde el alumnado que yo tenía era gente que mayoritariamente trabajaba. Era un perfil de universitario completamente distinto, que buscaba en las clases que impartías un implicación directa con la vida real y con los problemas sociales, que eran muy evidentes. También me percaté de cómo la situación de conflicto, la situación límite, hace que las personas respondan de una manera que nos sorprende. Por ejemplo, yo explicaba que los conflictos generan depresión, pero ellos replicaban: «Pues aquí no, porque la necesidad de supervivencia es tan grande que no tenemos tiempo de deprimirnos». Es otra visión de la Psicología y de cómo muchos de los estudios y las investigaciones de Psicología Social que yo conocía no tenían aplicación en aquella realidad tan distinta.

-Usted también ha estudiado las habilidades directivas desde la perspectiva de género. ¿Conclusiones?

-Es un estudio en el que se analizaba si las pruebas que se utilizan para seleccionar o para valorar las habilidades de las personas eran objetivas o tenían un sesgo que valoraba más los estilos masculinos. Encontramos que sí, que se valoran aptitudes más desarrolladas en los hombres, frente a aptitudes que están más desarrolladas en las mujeres, y que ambas son necesarias para ser un buen directivo.

-¿Diferencias?

-En las mujeres son estilos más orientados hacia la relación, a crear grupo, a consolidar la conciencia de trabajar en equipo, y atender a las necesidades de las personas o reforzar las habilidades de éstas. Los varones, sin embargo, están más centrados en la tarea, olvidando los aspectos personales.

Carmen Delgado Álvarez

Nace en Gijón en 1958. Es licenciada y doctora en Psicología por la Universidad Pontificia de Salamanca, en el área de Metodología de la Investigación.

Es profesora titular en esta misma Universidad de Psicometría y Estadística Multivariante, y directora del postrado de Intervención Multidisciplinar en Violencia de Género.

También ha impartido clases en la Universidad Centroamericana de San Salvador (El Salvador).

«Según un estudio realizado en Francia, más del 60% de los maltratadores tienen estudios universitarios»