Con fama de gran conversador, hombre amable y comunicativo, amigo de sus amigos, ha participado durante años en toda movida cultural que tuviera Oviedo por epicentro. Radios, periódicos, tertulias, cómics, tiras, dibujos, programas de la tele, libros, filmes y proyectos sin fin? Sus amigos y conocidos lo tienen por gran fabulador y él se defiende diciendo que no cuenta nada de su vida que no haya sido avalado previamente en algún escrito, no sea que pierda credibilidad y la gente diga «son cosas de Jaime». De su infancia en Oviedo y Madrid, de sus correrías bien tempranas por París y Europa, ha conocido a tanta gente y vivido tales situaciones que tiene siempre a punto la anécdota adecuada a cualquier argumento.

Emilio Alarcos Llorach le escribió en 1988 el texto de un catálogo, titulado «Fuga y variaciones ovetenses de Jaime Herrero», cosa de la que pocos artistas asturianos pueden presumir. Fue el pistoletazo de salida, y Alarcos, donde ponía el ojo, ponía la bala, como sucedió con el poeta Ángel González, otro animal nocturno de la calle Cimadevilla. Luego vinieron Víctor García de la Concha, Juan Cueto Alas, Villa Pastur, Javier Barón, Rubén Suárez, Ángel Antonio, Luis Feás, etcétera.

Le pregunto a Jaime Herrero (Gijón, 1937) cómo le ha dado por pintar una «Entrada de Cristo en Gotham» (2009) y me dice: «Como James Ensor se hizo tan famoso pintando la "Entrada de Cristo en Bruselas", yo también tenía que hacer entrar a Cristo en alguna ciudad». Y resultó ser una ciudad del cómic, una ciudad gótica, con jardines y sepulturas a los pies de la Bolsa, donde los altos ejecutivos toman el sol y comen su bocata sentados sobre las losas del cementerio de Trinity Church. De noche la pequeña iglesia neogótica se sume en pavorosa oscuridad. Signo de que Nueva York se ha convertido en Gotham, los leones art déco del Chrysler Building se vuelcan como gárgolas diabólicas y la noche de la gran ciudad requiere la vigilancia de Batman, que parece creado a propósito por el alcalde Giuliani.

Tras esta broma me dedico a bucear en las razones de tal elección y cómo se compagina con la serie de «refugios» que le precede. Encuentro que los dos llevan el mismo nombre, Jaimes Ensor y Jaime Herrero. Ambos tuvieron ciertas experiencias infantiles con el mundo de los juguetes, pues la familia de Ensor vendía souvenirs, curiosidades, máscaras, abalorios, cajas chinas y animales disecados. Sobre esta pequeña tienda familiar de Ostende situó Ensor su estudio. Y Jaime Herrero anduvo a gatas por los desvanes de la casona, adonde iban a parar muñecas y caballos de cartón. Pegaba la cara de niño ante los cristales de las jugueterías de Madrid. Le fascinaban las cajas chinas, con los monigotes que saltaban de sus resortes (ver «La juguetería», 2008). También los dos pintores, James y Jaime, tuvieron importantes decepciones vitales. A Ensor no le dejó su familia casarse con la mujer que amaba y sufrió amargores y úlcera de estómago. De Jaime Herrero no digo nada, pues él mismo lo ha contado en el poemario «La sombra del monigote» (1999). Los dos comparten una vena ácrata y no se quedan en experiencias personales, sino que hablan para la sociedad, sienten que sus aventuras y desventuras se producen en un contexto social determinado.

En la serie «refugios» Jaime Herrero se encierra para reflexionar sobre sus vivencias. En el refugio clarean ideas y motivos, del caos surge el orden, que tal es la idea bíblica de creación. La noche es el caos, el tren luminoso es el orden. («Refugio II» 2006, «Expreso nocturno» 2009). El caos avanza por la ciudad, ya «Llega» (2009). El caos es la mente humana, el orden la cuartilla en blanco del escritor, el anagrama, el pensamiento (Sin título, 2009). Del caos emergen fantasmas y sueños («Íncubo», 2008). Del caos se sale por la escalera o construyendo una rampa en espiral, si fuera preciso («Vórtice», 2009). El caos son pinceladas retorcidas, el orden es la omnipresente geometría de cada obra.

El caos y el orden son a la vez personales y sociales, se realimentan y contraponen. El orden personal es difícil si estás inmerso en una sociedad caótica. La «Entrada de Cristo en Bruselas» es grotesca y cínica, llena de bufones, esqueletos con chistera, mofas y escarnios. A Ensor responde Jaime Herrero en un tono desengañado. Malo para Cristo entrar aclamado en Jerusalén y en Bruselas, malo para Cristo tener que entrar en Gotham a medianoche, bajo vigilancia de Batman. Acabará en la silla eléctrica. Le aclaman los esqueletos, pero no sabemos lo que dicen, pues sus bocadillos o globos están vacíos. (Son los espacios por donde respira el cuadro). Y los esqueletos son vendedores ambulantes y prostitutas, enfermos y mendigos sin techo, gentes que han perdido ilusiones y esperanzas. En el país de la libertad y la democracia, en la orgullosa ciudad de los rascacielos, después de tanta batalla, así seguimos al abrir el siglo XXI. Ahora ya no creemos en Gary Cooper, ni en Tarzán. Hemos dejado atrás a Superman y a Spiderman. Añoramos un político justiciero, una policía justiciera y un Dios justiciero, como en el «Juicio final» del Bosco que guarda el Museo Groeninge de Brujas. ¿Cosas de Jaime?...

Y ahora mismo, en el Moma de Nueva York se exponen 120 obras de James Ensor, pero no «La entrada de Cristo en Bruselas», que está en el Museo J. Paul Getty de Los Ángeles.