María IGLESIAS

«No esperaba un homenaje como éste para mi despedida». Mari Carmen Ruesgas Becerril lleva cuarenta y dos años como empleada de Oblanca. Un tiempo que la hace acreedora del rango de trabajadora más antigua de esta cadena de supermercados pero que no evitan que ahora la echen «por la puerta de atrás». Mari Carmen se enfrenta, como otros 65 empleados, a un concurso para la liquidación de la empresa alimentaria, que en pocos días dejará a todos sus trabajadores «en la calle».

Con apenas existencias en sus estanterías, la tienda de Somió es la única que permanece abierta de las siete que la entidad llegó a tener distribuidas por toda la ciudad. «Hasta el último día, el gerente ha contado con una plantilla modélica; tanto que hemos sido hasta bobos», dice con crudeza Mari Carmen, para quien la culpa de esta situación la tiene una sola persona: Carlos Rodríguez, el gerente.

«Lo que más me duele es que no haya dado la cara, que nos deje sin trabajo así, sin más», dice Ruesgas del que, hasta ahora, había sido su jefe. La trabajadora lleva desde los 14 años en Supermercados Oblanca y fue la primera empleada que el matrimonio José Antonio Gutiérrez Oblanca y Lucita González -fundadores de la entidad- contrató al abrir la tienda de Fermín Canella, en los años sesenta. «Primero trabajé con Pepe y Lucita detrás del mostrador, después pasé a ser la encargada de charcutería y ahí estuve hasta que cerró la tienda en febrero de este año», recuerda con nostalgia.

Ahora, tanto ella como el resto de compañeros se encuentran hacinados en la tienda que la cadena mantiene abierta en Somió, a la espera de la carta de despido. «Nadie se puede imaginar lo duro que es trabajar, sin cobrar los atrasos y sabiendo que a los pocos días vas a ser despedido», argumenta la empleada.

Pero el caso de Mari Carmen es más especial, si cabe. Hace unos cinco años, el gerente de la empresa, e hijo de los socios fundadores, le dijo a la trabajadora que la iba a proponer para un homenaje debido a su antigüedad y categoría. A día de hoy, Ruesgas se encuentra a las puertas del paro.

«Me siento como una bayeta vieja, un trapo que usan y que después no necesitan», cuenta con tristeza la empleada. Sin embargo, lo que más le duele a Mari Carmen no es ni siquiera la compensación económica que debería recibir -y nunca recibirá- por sus más de cuarenta años de servicio a la empresa, sino el trato del responsable de la firma.

«Oblanca es una empresa solvente, los trabajadores sabíamos que se vendía bien la mercancía. ¿Qué ha pasado con todo ese dinero?», pregunta angustiada la mujer, que sólo espera que Carlos «se acuerde algún día del daño que nos ha hecho». Supermercados Oblanca alcanzó su época dorada en los años ochenta, pero las cosas empezaron a ir de mal en peor con el paso de los años y con «la gestión de Carlos Gutiérrez».

Según explica Mari Carmen, el declive de la entidad comenzó cuando «se hicieron contratos basura, se metió a gente con muy poca profesionalidad y se cambió al personal de puesto. Todo esto generaba malestar en la clientela». «Ni supo nunca cómo hacerse cargo de la empresa, ni quiso trabajar, lo único que hizo fue llevarnos a todos a la ruina», dice de Gutiérrez esta trabajadora que llegó «a cambiarle los pañales cuando era pequeño». Toda esta situación ha generado un clima de malestar en una plantilla «dolida» que, seguro, no olvidará fácilmente lo sucedido: «No vamos a perdonar nunca a Carlos, nos ha hecho mucho daño», concluye esta trabajadora que, a pesar de todo, seguirá en su puesto «hasta el último día».