Médico, especialista en ginecología

De tanta y tan larga fidelidad al verano gijonés, Emilio García Alonso hace años que está incluido en el paisaje estival. Fiel al tendido 5 de la plaza de toros de El Bibio, a los paseos del Muro o los «greenes» de Castiello, quienes no lo conocen dudan de su filiación. Entusiasmado con esta ciudad, lo único que le impide asentar sus reales en ella son los numerosos vínculos familiares que le atan a la capital; entre ellos, los de sus dos hijos. Amable, sereno, magnífico conversador, sus sólidos principios ofrecen un referente de reciedumbre humana entre tanta veleidad que nos rodea. Culto y ameno, su reciente jubilación no le ha permitido bajar la guardia respecto a las evoluciones científicas de su especialidad, sino al contrario; se mantiene al día, atento, no en vano, su hijo Enrique ha cogido el relevo de su consulta particular.

Nacido en Madrid, 1942, hijo y nieto de madrileños, quinto de ocho hermanos, Emilio García Alonso es el primer y único médico de una larga familia. Dos de sus hermanas fallecieron durante la Guerra Civil, posiblemente a consecuencia de las pésimas condiciones sanitarias del momento. Pero ésa no es razón que señalara sus inclinaciones médicas; éstas fueron innatas. «A los 14 años me regalaban libros de contabilidad; mi destino era ser inspector de Hacienda, según los planes familiares». Al terminar sus primeros estudios en el Colegio de los Escolapios ingresó en la Facultad de Medicina de San Carlos y acabaría la carrera en el Hospital Clínico de Madrid.

-¿Por qué se inclinó hacia ginecología?

-A los 17 años había hecho una oposición para incorporarme como alumno interno en la Beneficencia Provincial y al obtenerla me incorporaron al equipo del profesor de Ginecología y Obstetricia Enrique Parache y Guillén, toda una eminencia. Estaba casado con una Hernández Pla, por tanto ganadera, y en el círculo de trabajo se hablaba de ciencia y también de toros.

-Así que de ahí le viene la casta al galgo...

-No, la casta es familiar. Contaba 6 años cuando mi padre empezó a llevarme a los toros. Un hermano de mi padre había sido novillero e incluso llegó a torear en Madrid junto a El Estudiante. No pudo prosperar en su carrera porque, además de vivir dos guerras, la de África y la Civil, sufrió tres cornadas gravísimas, sobre todo para aquella época.

-¿Abandonó las prácticas al hacer la carrera?

-No siempre alterné la Facultad con el Instituto Provincial de Ginecología y Obstetricia, de manera que cuando obtuve la licenciatura calculo que había asistido a unos 700 u 800 partos. Aun así, tuve que cumplir los dos años exigidos para obtener el título de la especialidad. Entonces, Aída Marqués y yo ya éramos novios, nos habíamos conocido siendo estudiantes de Medicina. Primero me enamoré de ella y, luego, de Gijón. Aída se especializó en Biopatología Clínica.

-¿Puso consulta particular inmediatamente?

-Qué va... Hasta 1977 trabajé en el Hospital Clínico como profesor auxiliar de clases prácticas, y a partir de ese año abrí mi propia consulta. Siento no haberlo hecho antes, porque me fue muy bien, se llenó la clínica. Aída me ayudó mucho al ocuparse de los diagnósticos de laboratorio, de manera que las pacientes salían de la consulta con el informe completo. Excepto mamografías, se atendía todo. Hoy se ha hecho cargo de todo mi hijo, Enrique García Marqués, ginecólogo. Aída hija ha estudiado Ciencias Empresariales, y he de decir que se casa en octubre con un madrileño, pero lo hará aquí, en la iglesia de San Pedro.

-¿Cómo ha visto evolucionar la ginecología en estos 30 años?

-De un modo espectacular. Hoy es muy difícil que alguien se muera de parto. Y aún recuerdo la sala de las mujeres afectadas de eclampsia, donde permanecían a oscuras. Se les administraba el cóctel de Laborit, y las que evolucionaban bien, estupendo, pero algunas se morían. En seis años perdimos a unas doce enfermas y otras quedaron con el cerebro tocado a causa de las convulsiones. Se daban hemorragias terribles y abortos criminales. Recuerdo un mes de agosto en que ingresó una chica preciosa, tenía 18 años. Me mandaron explorarla y vi que le salía el intestino por la vagina. Alguien le perforó el fondo de saco y al tirar con las pinzas en vez de extraer el huevo abortivo le sacaron el intestino. Murió a las dos horas.

-¿Acaso insinúa que el aborto debe realizarlo un profesional?

-No, de ningún modo. Siempre he odiado al médico abortista, nadie puede disponer de la vida de un ser humano y menos un científico. Nunca he entendido la despenalización del aborto y mucho menos el aborto libre. El asunto de los 16 años a espaldas de los padres me parece demencial. Una chica es adulta para tomar esa decisión, pero los violadores de esa misma edad no lo son para que recaiga sobre ellos el peso de la ley... ¿Quién entiende esto?

-Había un juramento hipocrático...

-Hoy día se ha convertido en un puro formalismo para colgar en la pared de la consulta. Menos mal que el comité deontológico tiene las ideas muy claras sobre el aborto. El Gobierno debería escucharlo, ya que está compuesto por expertos, pero... Han buscado otro comité a su medida.

-Otro tema que se cuestiona es la píldora del día siguiente.

-Como método anticonceptivo es una auténtica barbaridad. Hay que valorar los efectos secundarios que tiene el recibir una dosis masiva de hormonas. Al producirse la descamación del endometrio impide que en él anide el huevo, por tanto éste muere y se cae, pero las consecuencias se traducen en hemorragias, menorragias, alteraciones cíclicas... Mi experiencia dice que cuesta reordenar a esa mujer.

-Sorprende el silencio de los grupos feministas, cuando hay tantas mujeres que sufren gravísimas consecuencias. ¿No deberían insistir en los medios de prevención?

-Por supuesto, y lo dice un feminista de verdad, que ha dedicado su vida a velar por su salud física y psíquica. Por tanto, no puedo identificarme con las corrientes feministas actuales, que lo lógico es que se ocuparan de proteger a las mujeres, no de inducirlas al aborto.

-¿Cómo prevé el futuro en estos asuntos?

-Espero que la sociedad acabe entrando en razón. Éste no es un problema religioso, sino moral. Los librepensadores, los agnósticos pueden tener una moral tan buena como la del obispo de Cuenca, por ejemplo. Lo triste es que estas cuestiones se polarizan en razón de los votos, con tal de apañar unos pocos más... Lo vemos en los trapicheos con los nacionalistas, que al final son cuatro gatos, pero contabilizan votos.

Pasa a la página siguiente

«No puedo identificarme con las feministas, lo lógico es que se ocuparan de proteger a las mujeres, no de inducirlas al aborto»

«La ginecología ha cambiado de una manera espectacular, ahora es muy difícil que alguien se muera de parto»