«Madama Butterfly» es una de las cumbres del repertorio operístico y uno de los títulos más manidos, por lo que resulta difícil encontrar novedad en las representaciones. Con el riesgo, además, que conlleva la innovación en un título tan adorado. Por otro lado, se trata de una ópera exigente en su puesta a punto. El reparto, aun dominado por la soprano, debe ser equilibrado con la protagonista para hacer creíble el drama. La escena, en su caso, tiene el riesgo de caer en imágenes demasiado naif. Mientras que en el apartado musical la orquesta y el director enfrentan un verdadero reto a la hora de poner en pie el paisaje sonoro que compuso Puccini. La «Madame Butterfly» que el sábado se vio en la Laboral cumplió las expectativas. No puede decirse que cojeara en ninguno de estos aspectos. Fue una «Butterfly» convencional, pero cuidada.

Hiromi Omura, en la voz principal, fue no obstante el pilar de la jornada lírica. La «Butterfly» es un papel predilecto del repertorio de la cantante japonesa, que ha paseado por Alemania, Francia, Varsovia y España -el año pasado estuvo en Santander- y que, como cabía esperar, no defraudó. Omura destacó así por su aplomo vocal en una línea de canto rica además en expresión, pero sin excesos. De este modo, la soprano sacó partido a los momentos intensos que recoge la partitura, en una interpretación ascendente. En el segundo acto estuvo magnífica.

En el resto del reparto, destacó Massimiliano Pisapia como Pinkerton. El tenor lírico es valorado actualmente en obras de Puccini y Verdi y tiene una prolífica carrera en teatros internacionales de referencia. Pisapia encarnó al frívolo teniente mejor en la parte vocal que dramática, aunque el gran dúo de amor que cierra el primer acto emocionó al público. La potencia vocal y su capacidad para los agudos fueron aspectos a destacar en su actuación. No se quedó atrás la mezzo Alexandra Rivas, una Suzuki más que solvente en voz y escena, mientras que Cuneyt Unsal, como Sharpless, cumplió. Hay que destacar también en el reparto al Goro de Vicenc Esteve, que introdujo una genial veta cómica en la obra.

«Madama Butterfly» contiene una modernidad en su música que responde a las soluciones armónicas de la página, junto con la combinación de timbres y elementos orientales, que suponen un reto en el foso. Mariano Rivas condujo con solvencia a la Orquesta de la Ópera de Tbilisi, de manera que la parte instrumental apoyó y amplió el drama, a través del control de los volúmenes, la expresividad y los «tempi» para imprimir emoción. Discreto el Coro de la Sinfónica «Ciudad de Gijón».

A la vista, la producción de la Ópera de Montreal describió de forma fiel el libreto, embelleciendo la escena con clichés, pero que resultaron efectivos sin enturbiar la historia. Los juegos de los paneles móviles y de las luces fueron los elementos principales para dar dinamismo a una historia de inútil espera y de sacrificio.

Un espectáculo, pues, de calidad muy respetable en la programación de Gijón, que, como toda ciudad, ha de incluir la ópera en su oferta cultural, al igual que en Asturias se celebra en Oviedo y en Avilés. La lírica, como se demostró una vez más en esta «Butterfly», rompe taquillas y se convierte en uno de los espectáculos musicales que más llegan al público. Porque Asturias respira lírica.