Tres exposiciones. Del viernes 11 al domingo 13 se inauguraron tres exposiciones en recuerdo de Rubio Camín. Una en el Museo Barjola, sobre las experiencias vitales y la trayectoria creativa de Camín. Otra en el Museo Evaristo Valle, fundamentalmente sobre la escultura abstracta de Rubio Camín y sus afinidades con otros artistas con los que mantuvo intensas relaciones, como el propio Evaristo, Jorge Oteiza, Eduardo Chillida, Amador y Basterrechea. La tercera en la galería Cornión, que reúne obras en papel, bien sean acuarelas, dibujos o collages. Es un homenaje bien merecido y un excelente arranque de temporada, porque Gijón titubea y a menudo resbala y tropieza y se arrastra en el septiembre artístico. Pero cuando el trabajo se planifica, los resultados aparecen. La Casa Natal de Jovellanos publica una guía de Héctor Blanco sobre la obra de Camín en lugares públicos de la ciudad, incluidas las iglesias. Buena noticia, pues, además de hacer visibles importantes obras civiles, reconoce a Camín como artista religioso.

La ordenación del plano en San Pedro. Me voy a referir a algunos aspectos del proceso creativo de Rubio Camín en este terreno. En la iglesia de San Pedro tiene Camín tres altares. Allí se le presenta el problema de ordenar el espacio, pues ha de llenar el hueco de las arcadas laterales, que tienen una altura de cuatro cincuenta metros. Recurre al método de la cenefa, colocando adornos en la pared que vayan disminuyendo el espacio a ocupar por la figura a partir del altar.

La escultura de San Pedro que está junto a la puerta de la sacristía, que el artista realizó en madera vista y ha sido recientemente liberada de pintura y colocada en su sitio original, tiene cierta altura y sólo necesita una cenefa en relieve sobre el fondo de mosaico color crema para equilibrar los espacios en el plano.

Al otro lado está el altar de la Santina de Covadonga, que de por sí ha de ser estatua pequeña, como dice la canción. Por correspondencia con el altar de San Pedro, aquí el fondo ha de ser también de mosaico. Camín establece abajo el altar sobre arcadas renacentistas, con seis candelabros. En el centro va la imagen de la Virgen rodeada de dos cenefas. La primera son esculturas salientes, esas nueve cajas metálicas sobre las letanías lauretanas, obra extraordinaria de Camín. Y el segundo marco lo forma el entrelazo de mosaico. Todo está perfectamente estudiado y medido. El mosaico del fondo emite brillos, suaves luces. El metal de las letanías combina con los candelabros dorados, la corona y cetro de la Santina y el bucle también dorado de la cenefa, rematando en el color más tranquilo del mármol de asiento del altar. En el altar de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros de Cimavilla, Camín ha de jugar también con las luces que provienen de la gran celosía. Decide no tapar esas luces, sino aprovecharlas para dotar a la escultura central de un halo resplandeciente, aunque para ello tenga que cambiar el color del vidrio que rellena los huecos de la celosía neoasturiana. Coloca una plancha de mármol de arriba abajo, practica en ella huecos de luz alrededor de la imagen y convierte el resto del fondo en cielo de la composición marinera que va debajo. La arcada se organiza en cuatro alturas: altar, ángeles con el escudo del Carmelo, estatua de la Virgen y luces superiores.

Especial atención merece el mosaico marinero que está debajo, humildemente situado a ras de tierra. A la izquierda, una vista del puerto de Gijón. Y a la derecha, tres tipos de barcos modernos: pesqueros, cargueros y transatlánticos, que se superponen por orden de tamaño y «dignidad social». En la chimenea inclinada del transatlántico se entrelazan las letras RC: tal supuesta marca de una gran naviera de la ciudad es la firma de Rubio Camín.

En San Pedro tenemos aún otro interesante juego de luces en la girola, cuyas ventanas de mármol traslúcido acompañan la meditación, frente a cinco advocaciones de la madre de Jesús realizadas también en mosaico.

La ordenación de los espacios en las iglesias de San Antonio y San Vicente de Paúl. Ordenar espacios es muy difícil. La obra cumbre de Bernini, tan valiosa que pasa inadvertida, es la ordenación del interior de San Pedro del Vaticano: ahueca los pilares de la cúpula de Miguel Ángel a dos niveles, bajo (estatuas) y alto (relicarios), levanta el baldaquino de casi 30 metros y sitúa en el fondo del ábside la cátedra de San Pedro, con su famoso transparente para los nuevos santos. Esta genialidad interior de Bernini alcanza el mismo nivel que la exterior de la plaza, más estudiada.

Pues bien, Rubio Camín se sabía las ceremonias litúrgicas en el espíritu del Concilio Vaticano II. Ordenó conforme al Concilio el presbiterio de San Antonio, en Los Campos, y de San Vicente de Paúl, en El Llano. Altar, sitiales, sagrario, ambones para la lectura, sagrario?

En Los Campos todo el fondo lo ocupa y llena por expansión visual y aire necesario el San Antonio, de un material parecido y anticipado al actual acero cortén, excepto cabeza, manos y pies, con ese Niño Jesús de brazos en cruz, pegado al corazón del Santo de Padua. En San Vicente de los Paúles, donde profesó un hermano del artista, hoy párroco en un arrabal de Veracruz (México), Camín se enfrenta a toda una odisea espacial, para convertir en iglesia un sótano. Elige los materiales, configura el presbiterio, forra de madera el fondo, combina las poderosas imágenes de la Virgen y el Cristo con el San Vicente caritativo. Ha de situar una vidriera a pie de calle para conseguir la luz natural que necesita.

Resultados. El resultado de estos procesos creativos es la transmisión o comunicación de un sentimiento religioso en que predominan la dignidad en espacios y gestos, la funcionalidad exacta de la ceremonia y una belleza severa y contenida que te emociona sin darte cuenta. Mucho discutió y a veces se enfadó con los párrocos, a quienes decía «esta disposición conviene a su teatro litúrgico»?