Dentro del proyecto «Camín 80» (los 80 años que Camín hubiera cumplido en septiembre de 2009), la exposición titulada «Afinidades» plantea las relaciones de su escultura con la obra de escultores que conoció, como Jorge Oteiza, Chillida, Amador y Basterretxea. Unas vitrinas guardan piezas pequeñas de Jorge Oteiza, procedentes de los herederos de Camín y de Amador y otras de Néstor Basterretxea o de colecciones particulares. El propósito del presente trabajo es comentar estas obras de Jorge Oteiza, por pequeñas que parezcan, y ofrecer pistas y señales para que el visitante pueda mejor valorarlas y establecer líneas de semejanzas y diferencias con las obras de Amador y Camín. Resulta que Jorge Oteiza se instaló en Madrid con ayuda del empresario navarro Juan Huarte durante los años 1956-58. Tenía dispuesto su taller en los bajos del edificio en construcción de los Nuevos Ministerios y era visitado por arquitectos, pintores y escultores de aquel Madrid efervescente, que salía de nuevo a la luz del mundo tras el pacto con USA en plena «guerra fría». Amador era funcionario de Hacienda desde 1947. Camín residía en la capital desde 1951 y había conseguido el Premio Nacional de Pintura a finales de 1955. Con ambos se relacionó estrechamente Jorge Oteiza y aquí están las piezas que lo atestiguan, intercambios afectivos, regalos amistosos. Estos son los años más intensos y fructíferos de Oteiza, cuando redactó su «Propósito Experimental», texto a modo de catálogo, verdadero y sustancial manifiesto artístico, que acompañaba a sus 29 piezas agrupadas en 10 familias, que presentó a la IV Bienal de Sao Paulo de 1957. Con el premio otorgado a Jorge Oteiza, la Bienal de Sao Paulo quedaría justificada para los restos. Por tales razones nos fijaremos en las obras de los años 50, las que se encuentran en el horizonte de la convivencia madrileña del escultor vasco con los dos asturianos que nos interesan más directamente. Reconocer el liderazgo artístico de Oteiza y señalar las influencias y los recorridos y aportaciones originales de Amador y Camín es tarea que corresponde hacer en Asturias, si queremos que algún día, cuando se haga en el Reina Sofía o en otra institución de similar escala y rango, la exposición nacional correspondiente, estén allí nuestros escultores asturianos.

Asunto complicado, porque supone considerar a Jorge Oteiza como artista no sólo vasco, sino español y universal, formado en la cultura española de siglos, admirador de Unamuno y estudioso de la estatuaria megalítica americana. Y aquí topamos con el tema del nacionalismo, que es un sentimiento político. No es posible establecer de manera racional los caminos y canales de circulación por los que fluye en la obra de Jorge Oteiza la pura sangre de la cultura vasca, ni si unas obras de Oteiza son más vascas que otras. Cuando se proyectó el Guggenheim de Bilbao, el Gobierno del PNV desestimó toda una serie de propuestas para la cultura vasca que Jorge Oteiza llevaba pergeñando y solicitando desde medio siglo atrás. Tuvieron que sentar a Oteiza con Frank Gehry y Richard Serra para frenar la escandalera que Jorge Oteiza les había montado. De modo que yo no voy a gastar un minuto en preguntarme si Amador y Camín tendrían que haber sido vascos.