Todos los años por estas fechas solemos enfrascarnos en propósitos de enmienda, empujados por la mala conciencia de los excesos navideños. Basta con echar mano del Dioscórides, la Biblia de los botánicos, para hallar remedios naturales que ayuden a afrontar con garantía de éxito el arranque raudo de de este 2010 sobrevenido: para vencer la parálisis vacacional, una cataplasma de beleño blanco; contra la astenia y el decaimiento de la vuelta al trabajo, una infusión, caldo o aguardiente de tomillo; como freno a la melancolía permanente, vino de clinopodio, planta que crece en robledales no demasiado espesos; con el fin de detener el efecto narcótico de la dentellada aguda de la coyuntura económica, un alexifármaco a base de teucrio amarillo con caldo de pollo; para excitar el apetito venéreo y elevar los índices de natalidad, una tisana bien caliente de maro. Y para la caída de pelo de aquellos mandatarios incapaces de poner freno a la crisis, un tónico de mastuerzo o coronilla de fraile.