J. M. CEINOS

Eran las diez y media de la noche del jueves 8 de febrero de 1917, cuando un sereno que hacía la ronda por el Muro observó un bulto en la playa de San Lorenzo, frente al balneario Las Carolinas, al tiempo que escuchó voces en una lengua que no entendía. Comienza así el relato de un episodio que conmocionó a los gijoneses de hace 93 años, directamente relacionado con la llamada Gran Guerra, que había estallado en agosto de 1914.

España se mantuvo neutral en la carnicería que supuso la Primera Guerra Mundial, aunque durante los cuatro años largos que duró -el armisticio entró en vigor a las once horas del día 11 de noviembre, mes once del año 1918-, los españoles se dividieron entre los partidarios de los llamados Imperios Centrales (Alemania y Austria): los germanófilos, y quienes apoyaban al Reino Unido, Francia y Rusia, principales baluartes del denominado bando aliado.

La Marina Imperial alemana, la Reichmarine, puso sus ojos en el mar Cantábrico, dentro de sus operaciones para impedir el abastecimiento de las islas británicas, y su punta de lanza fue la flota de submarinos, encargados de hundir cualquier buque aliado y, asimismo, impedir que barcos con bandera de países neutrales hicieran lo que el Gobierno del Kaiser consideraba contrabando.

Pero, retornemos a la playa de San Lorenzo en la noche del 8 de febrero de 1917 gracias a la información que al día siguiente publicó el diario gijonés «El Noroeste»: tras bajar el sereno a la playa «y al ver a un hombre que se hallaba metido en el agua cerca de un bote, llamó a su compañero José Barros, acercándose ambos a la orilla del mar, donde pronto se dieron cuenta de que se trataba de un bote que conducía varios náufragos. Sin pérdida de tiempo avisaron a otro sereno para que lo comunicara al cuartel de Carabineros, personándose en la playa un cabo con varios números».

En efecto, «se procedió a los trabajos de salvamento, y a medida que iban desembarcando los náufragos se les conducía a los establecimientos más próximos, que son los de Narciso López y José Fernández» y prosigue el relato de «El Noroeste»: «Las personas que allí se encontraban, al ver el lamentable estado de los náufragos, se desvivían en atenderles, dándoles primeramente vino blanco y café con ron para que se reanimaran, pues se hallaban extenuados por completo y traían sus ropas empapadas (...) Entre las primeras personas que llegaron al establecimiento de Narciso López se encontraba el practicante de la Casa de Socorro Gabriel Acebal, quien indicó la conveniencia de que uno de los náufragos fuese inmediatamente conducido al Hospital de Caridad», que se encontraba en lo que actualmente es la plaza del Náutico. El edificio fue derribado durante la Guerra Civil, dentro del Plan de Reformas Urbanas de 1937, lo mismo que los balnearios de la playa.

En total, en el bote habían llegado a la playa de San Lorenzo trece náufragos, uno de ellos muerto. El día 10 de febrero, «El Noroeste» ofrecía a sus lectores una completísima información sobre los náufragos. Eran todos tripulantes del vapor noruego «Solbaken», que había sido hundido a cañonazos por un submarino alemán, a pesar de que Noruega era país neutral. El náufrago muerto era el fogonero Anton L. Eckaman, de nacionalidad rusa.

«Al conocerse el relato que en la noche anterior nos hicieron los náufragos», publicó «El Noroeste», «las protestas por los actos que vienen cometiendo los submarinos germanos eran unánimes (...) Entre las numerosísimas personas que fueron a la playa a contemplar la embarcación, se hallaban dos jóvenes alemanes acompañados de un grupo de amigos germanófilos». Y prosigue la información: «Como estos últimos tuviesen la criminal osadía de calificar de inocuo el acto realizado por los piratas submarinos, la indignación popular estalló con caracteres de enérgica y viril protesta. Uno de nuestros marineros, no pudiendo contenerse, la emprendió a bofetadas con los germanófilos, los cuales, en vista de la resuelta actitud del público, se dieron a la fuga».

La actividad de los sumergibles alemanes debía ser muy intensa en aquellos días en las aguas próximas a Asturias, ya que el 12 de febrero «El Noroeste» informaba a sus lectores de que «huyendo de los submarinos germanos, anteanoche entró en El Musel el magnífico vapor "Basis", de la matrícula de Christianía, que procede de Cardiff (Gales) con seis mil toneladas de carbón y se dirige a Génova. Cuando el buque navegaba a la altura de Ribadesella, los pescadores que se dedicaban a sus faenas en aquellas aguas le advirtieron que por allí se encontraba un submarino alemán y entonces el vapor noruego solicitó que uno de aquellos pescadores que fuera práctico en la costa le condujera al primer puerto donde pudiera arribar (...) Se asegura que el "Basis" no abandonará nuestro puerto hasta que acudan en su auxilio buques de guerra que lo convoyen».

El «Solbaken» era un vapor que había sido construido en el astillero Euskalduna, en Bilbao, y botado en 1908. «Pertenecía a la importante empresa bilbaína Sota y Aznar, y en septiembre de 1915 fue vendido a la casa Holaf-Freitkeim-Olsen, a cuyos armadores pertenecía en la actualidad y estaba matriculado en Bergen», contó «El Noroeste» a sus lectores. El vapor tenía una eslora de 98,05 metros, 14,03 metros de manga y 6,20 metros de puntal.

El «Solbaken» había salido del puerto de Buenos Aires con un cargamento de 4.300 toneladas de grano destinadas a Francia, cuando el día 4 de febrero (domingo) se encontró con el submarino alemán que lo mandó a pique a unas 60 millas náuticas al Oeste-Sudoeste del puerto francés de Brest. Durante la Gran Guerra la Argentina fue una gran proveedora de trigo y carne a los países en conflicto.

El hundimiento lo contó a un periodista de «El Noroeste» el segundo oficial del «Solbaken», sirviendo de traductor el gijonés José Rodríguez Zarracina: «El cañonazo disparado por el submarino alemán nos hizo comprender que debíamos parar la máquina para presentar a los germanos la documentación del buque (...) Dado el cargamento y destino, nos dieron orden de abandonar el barco (...) Abandonado el buque, y después de colocar en el mismo dos bombas, que no dieron el resultado apetecido, se procedió a cañonearlo, hundiéndose a las cuatro y media de la tarde».

Los tripulantes del «Solbaken» embarcaron en dos botes salvavidas (14 en cada uno), que fueron remolcados por el sumergible hasta 20 millas de la costa francesa, donde «picaron el remolque». Luego, una fuerte marejada distanció a los dos botes. En uno de ellos, el que llegó a la playa de San Lorenzo después de atravesar el Cantábrico, murieron dos fogoneros: uno de los cadáveres fue sepultado en la mar y el otro recogido en Gijón, donde terminaron los cuatro días que la mitad de la tripulación del «Solbaken» pasó a la deriva, con los víveres agotados y «saciando su sed con agua de mar».