J. C. GEA

Cuenta Carmen Castillo que Javier del Río estaba «absolutamente empeñado» en que centrase su atención en las cabezas de sus esculturas: «Tienes que hacer sólo cabezas», le decía el malogrado artista gijonés. La cosa no deja de tener su aquel, habida cuenta de que lo que tanto llamaba la atención a Del Río era precisamente la parte más pequeña de sus figuras: apenas una excrecencia en formas que eran, casi en su totalidad, un tronco en el que un impulso de verticalidad y estilización giacomettiano se revestía de una carnalidad en absoluto giacomettiana. Pero al final sucedió como hubiera querido su amigo, y la escultora zaragozana afincada en Asturias acabó centrando su atención en lo que subsiste más arriba del pecho de sus esculturas. Nada hay de sorprendente en esa evolución; pero sí lo es que acabase esculpiendo efigies que no representan a un ser humano sino una ciudad.

«Llevaba un tiempo trabajando en formas más horizontales, unos bustos de bronce, cuando un día me di cuenta de golpe, delante de un mapa de Gijón, de que aquellos bustos se parecían muchísimo a la forma de la ciudad», cuenta Carmen Castillo, que inmediatamente reordenó su trabajo hacia lo que ha acabado siendo «Gigia», la muestra que estos días expone en la galería Cornión, y que subtitula «Mapas íntimos de Gijón». Todas las obras reunidas giran en torno a ese mismo concepto, en el que la masa del tómbolo de Cimadevilla y la prolongación del dique forman una cabeza que sugiere un perfil femenino con una suerte de coleta, mirando a Levante sobre un frágil cuello -el tómbolo- y unos hombros que tienen la curva de las dos bahías de la ciudad. Lo que varía es el material -bronce, poliéster y poliuretano- y el enfoque, que se reparte entre piezas exentas de diversos formatos y relieves. La relectura de un mapa de Gijón de la década de los treinta revestido de un tratamiento metálico que lo emparenta con el resto de las piezas completa esta cartografía personal que quiere ser también «un homenaje».

Carmen Castillo ha trabajado con particular mimo el acabado de las calidades, cuya riqueza contribuye a dar todo su sentido a la ambigüedad entre cuerpo y territorio, entre piel y geología, que comparten todas las esculturas de «Gigia». Destaca, en concreto, los resultados que está obteniendo con el poliuretano, que le permite aproximarse a sugerencias plásticas que tienen que ver a la vez con lo metálico y lo rocoso, pero trabajando con una ligereza y una rapidez que no permitirían ni el metal ni la piedra.

Pero el proyecto en torno a «Gigia» no se agota en lo que se expone en Cornión, sino que busca aproximarse más aún a la ciudad que le sirve de inspiración: cerrar, ante ojos públicos, el diálogo entre la modelo y su representación. «Me siento ante todo una escultora de exteriores, y lo que de verdad me interesaría es llevar alguna pieza de gran formato al aire libre», apunta Carmen Castillo, que incluso ya ha considerado cuáles serían los enclaves ideales, todos ellos en el entorno del Puerto Deportivo o ante el colegio del Santo Ángel, en el Campo Valdés. Hacia la despejada nuca o como gargantilla de la ciudad que la escultora ha convertido en una mujer que mira hacia el Este, erguida sobre un cuello delicado y un cuerpo masivo.