Si el pasado viernes un grupo de monjes tibetanos embutidos en túnicas de color azafrán purificaba el ambiente de Gijón de espíritus perversos y maliciosos, en la mañana del lunes se pudo ver, en los jardines de la Fábrica del Gas, a operarios municipales liquidando a los bichos dañinos de las plantas ornamentales. Los trabajadores del Ayuntamiento encargados de la fumigación parecían teletransportados de una película de ciencia ficción: monos blancos, gafas de plástico, mascarilla y pistola para encarar a un enemigo diminuto emboscado en las ramas de los rosales, suspendido sobre la catarata colgante de las enredaderas. Llega la primavera de las alteraciones sanguíneas y es preciso purificar el ambiente: el mental y el físico. Incluso en el salón de plenos se respira un karma positivo, una suerte estacional de nirvana que ayuda a aprobar por unanimidad la ordenanza de terrazas. Hasta Martínez Argüelles, rodeado de monjes, parece fiar su suerte política a las Cuatro Nobles Verdades del budismo.