Gijón siempre tuvo, dada su privilegiada situación, fuerzas militares de guarnición. De esta forma, se instalaron piezas de artillería en el cerro de Santa Catalina, lugar óptimo para la defensa de la costa. En la citada posición destacaba la presencia de dos baterías: la del Fuerte Viejo y la llamada de San Pedro.

En esos lugares, entre otros, se encontraban los destacamentos militares de Gijón cuando empezó lo que ha pasado a la historia como la campaña de Melilla en el verano de 1909. En aquellas fechas, la ciudad inauguraba la nueva cárcel en El Coto de San Nicolás. De la campaña de Melilla llegan noticias filtradas por la censura. Los empresarios del Cine Modernista han organizado una función benéfica cuya recaudación íntegra se destinará a un fin altamente patriótico: premiar el primer hecho notable de armas que en territorio africano realice un soldado natural de Gijón.

La ciudad disfruta de la Semana Grande cuando se hace público el llamamiento de los excedentes de 1908. El cuartel de la calle de Jovellanos está en alerta. El coronel comandante militar de la plaza, de apellido Hernández, se presenta sin previo aviso y de madrugada; y dada la hora intempestiva hace suponer a los soldados de la guardia de prevención que llegan órdenes para que el destacamento se pusiera en marcha para Melilla.

El oficial de guardia llama con urgencia a los capitanes del destacamento de Gijón: Antonio Arias Fariñas y Juan Jiménez Ruiz. El gobernador militar entrega dos telegramas con la orden de que dichos oficiales se presentasen urgentemente en Oviedo. A su vez se comunica a las fuerzas de Gijón una orden del jefe de destacamento del Regimiento del «Príncipe», de sobrenombre «El Osado», de que se hicieran ejercicios de fortificación en la playa de San Lorenzo. Maniobras que son dirigidas por los tenientes Fructuoso Prendes y Ezcurdia y Emilio Alvargonzález.

Los soldados del destacamento del «Príncipe» con base en Gijón practican a diario ejercicios de tiro en la Campa de Torres, haciéndose los disparos en dirección al mar, acreditándose algunos como excelentes tiradores. Van provistos de palas y zapicos para hacer trincheras-abrigos y pozos de tirador. Este trabajo en la arena se realiza con gran rapidez, en apenas dos horas y media. Así, todo es inquietud en la Comandancia Militar respecto a la movilización de tropas.

Un soldado de Gijón, César Pineda, refleja en una carta que dice así el entusiasmo del regimiento: «En cuanto tuvimos noticias de que iríamos para Marruecos, todos nos hemos mostrado sumamente alegres y contentos. En pocos regimientos reinará tanta cordialidad y tanta alegría como en éste para partir a la guerra. Querido padre: nuestro regimiento marchará muy pronto para Melilla, es un sagrado deber defender a la patria. Dígale a mi madre que acordándome de ella, de sus caricias, de lo buena que siempre fue para mi, tendré en ella siempre puesto el pensamiento cuando esté en la guerra. Yo lo que siento es que en el tiempo que esté en Melilla no pruebe la sidra que tanto abunda en nuestra casa. El entusiasmo entre nosotros es muy grande. No hay día que no vayamos a Posada y regresemos cantando y dando vivas a España. El domingo bajamos al patio y acompañados de la banda cantamos el himno del regimiento, siendo aquel un momento de verdadero entusiasmo. Nuestros jefes y oficiales nos lo mandaron repetir varias veces».