Comprobando el interior de una caja de libros viejos, cayó en nuestras manos un ejemplar de la Nueva Enciclopedia Escolar (edición 1950), esa que estudiaron nuestros padres (yo nací en 1960), y, hojeando su contenido, me llamo la atención un párrafo que decía: «España en los tiempos anteriores al alzamiento. Los españoles están cada vez mas desunidos por los partidos políticos, los separatismos amenazaban romper la unidad de la Patria; se perseguía a los católicos, se incendiaban iglesias y conventos, se quitó el crucifijo de las escuelas, se prohibió enseñar el catecismo; la lucha de clases tomaba caracteres alarmantes; los atentados estaban a la orden del día y la industria y el comercio caminaban hacia la ruina». Lo leímos a nuestros hijos, y era como si estuviéramos leyendo el periódico de ayer; la verdad es que no estremecimos viendo lo que había pasado y lo que podría volver a pasar.

Eso me hizo recordar los años de la escuela; esa escuela en la que los niños estudiábamos separados de las niñas. Sí, eran tiempos en que estaba muy diferenciado lo que era para niños (el fútbol, los coches, las carreras) y lo que era para niñas (las muñecas, las cocinitas, las mariquitas de recortar). Es decir, estaba muy claro el género de cada cosa, el género de cada actividad, el género de cada profesión. Con el tiempo, esa línea que separaba lo masculino de lo femenino fue desapareciendo. Los juguetes empezaron a valer tanto para niños como para niñas; en la Universidad las mujeres estudiaban lo mismo que los hombres; en todas las actividades profesionales empezó a haber hombres y mujeres; las leyes establecieron la igualdad de derechos y deberes para todos, hombres y mujeres. Pero, de repente, no sé qué pasó, pero el tiempo se paró y las manecillas del reloj fueron hacia atrás. El género volvió a aparecer, los hombres y las mujeres ya no somos iguales, hay cosas que son para las mujeres, cosas que no se pueden hacer por ser hombres, lugares y puestos de trabajo a los que se accede por ser mujer... han vuelto la guerra, el enfrentamiento y la separación por sexos.

Se pasó de tener que ir a misa obligatoriamente, y de oírla en latín viendo la espalda al cura, a poder elegir si se profesaba o no una religión, y si esa religión era la católica, la musulmana, la judía; había libertad religiosa, hasta que por arte de magia se pasó al extremo contrario. En la sociedad del siglo XXI, no es políticamente correcto ser católico, se ataca a determinadas religiones y se apoya a otras, lo cual no concuerda muy bien con un Estado que se califica de laico. Pues, como dice el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, «laico» es ser independiente de toda influencia religiosa; por lo tanto, no es laico el que limita u obstruye manifestaciones de una religión, ni el que apoya diversas manifestaciones de otra.

Siempre había oído hablar que el tiempo todo lo cura, y un signo de que eso ocurre es que las heridas van cicatrizando, hasta curarse por completo. No obstante, día a día, los medios audiovisuales y la prensa escrita ponen de manifiesto que nos estamos empeñando en abrir viejas heridas, en no dejar que cicatricen y en hacer todo lo posible para que se gangrenen.

Los que pertenecemos a la generación de los cincuenta y de los sesenta estudiamos en la escuela la I y la II Guerras Mundiales, así como la revolución industrial, como algo muy lejano que era historia, pues había pasado a finales del siglo XIX o principios del XX. Ahora, a principios del siglo XXI, nuestros hijos ven la Guerra Civil, los años de gobierno de Franco, también como algo muy lejano, es decir, como Historia que es. Ellos nacieron y vivieron siempre en democracia, en una sociedad libre, con libertad religiosa, con una Constitución que consagra la igualdad plena de los hombres y las mujeres y con la posibilidad de votar y elegir a las personas que queremos que nos gobiernen en ese contexto.

Cierto que hay personas que no han podido enterrar a sus seres queridos, tanto de un lado como del otro. Así que bienvenidas las leyes administrativas y sanitarias que permitan subsanar esos errores de la Historia. Pero no vayamos mas allá; evitemos que esas heridas del pasado se abran y se gangrenen.

Me pregunto, y pregunto, qué futuro vamos a dar y dejar a los jóvenes del siglo XXI, con una sociedad en crisis económica, con paro, una sociedad dividida de nuevo en dos bandos, con odio, ira y ganas de venganza por unos hechos en los que no ha intervenido nadie que tenga 50 años o menos. En una palabra, los nacidos a partir de 1960, e incluso muchos de los nacidos antes de esa fecha, se sitúen en un bando o en otro, no tienen la culpa ni son responsable de ese pasado. Entonces ¿por qué seguimos con ganas de pedirnos cuentas de ello, unos a otros?

Hablemos del treinta y seis, pero no de 1936, sino de 2036, pues es un futuro muy próximo que tenemos que preparar e intentar que sea el mejor posible para nuestros hijos. Un futuro donde todos podamos decir bien alto y claro que todos somos responsables de nuestros actos, no de los de nuestros antepasados, que somos libres y, sobre todo, que somos iguales ante la ley para ser titulares de derechos y obligaciones.