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- ¿La dedicación a sus hijos le impidió trabajar definitivamente?

-No, cuando Pedro tenía cinco años puse una peluquería en mi propia casa. Mi madre me ayudaba, y mi padre era el encargado de llevar y recoger a Robert en la parada del minibús del Centro de Paralíticos Cerebrales de Castiello, «Ángel de la Guarda». Pedro asistía a un colegio de educación especial, también en Castiello, y al cumplir los 20 años pasó al Centro Ocupacional. Yo dejé la peluquería en 1998, después de casi 20 años, al enfermar de fibromialgia, un mal que produce grandes dolores musculares. Me concedieron incapacidad absoluta .

-Menos mal que tenía usted la vida bastante organizada...

-Sí, con mucho sacrificio. En nuestra primera casa no había ascensor y esto nos obligada a subir y bajar a Robert en brazos. Más tarde pudimos comprar un piso, con ascensor, y lo adaptamos a nuestras necesidades; puertas más anchas para la silla de ruedas, una grúa en el techo del cuarto de baño para el aseo de Robert...

-¿Cómo surge AGISDEM, y qué es?

-En 1993, un grupo de padres vimos la necesidad de acoger a estos niños en algún sitio a partir de las cinco de la tarde, hora en que cerraba el centro. Nos juntamos aquellos progenitores que sufríamos los mismos problemas. Así nació AGISDEM, cuyas siglas no se corresponden, pero había que dar nombre a la entidad.

-¿Cómo financiaron el proyecto?

-Mediante una subvención del Ayuntamiento, la cuota de los padres, y personal voluntario. No teníamos local, pero la Asociación de Vecino «El Fumeru» nos cedió el suyo dos tardes a la semana; una la dedicábamos a que los niños desarrollaran habilidades sociales, y la otra a una escuela de padres que nos ayudara a enfrentar problemas. Poco después, el Ayuntamiento nos facilitó una sede definitiva en la calle de Francisco Ferrer y Guardia, cerca de Ceares. En ella se organizan actividades para los chicos, salvo dos días dedicados al deporte; los martes acuden al polideportivo de El Llano, y los jueves a las instalaciones del colegio Martínez Blanco

-¿Cuántos padres forman la asociación?

-Actualmente somos 151 socios. Aparte del centro para la integración de discapacitados psíquicos contamos con dos pisos para el alojamiento de fin de semana; son ocho plazas a disposición de 38 usuarios que van rotando. Esto garantiza un respiro para los padres. Yo he de asistir a una boda el próximo día 22 y dejaré allí a mis hijos. Hay familias muy agobiadas que necesitan descansar, tener un fin de semana libre. Estos pisos también ofrecen estancias temporales en agosto, de quince días cada una.

-El personal dedicado a la atención de todo esto, ¿quién lo facilita?

-La consejería de Bienestar Social, que a su vez lo financia. El comedor y el transporte lo paga cada usuario.

-¿Por qué la nombraron a usted presidenta?

-Porque no había nadie que se hiciera cargo de esta responsabilidad, y así seguimos. Es un trabajo muy complicado. No todos los padres están igual de dispuestos a enfrentarse al sacrificio que significa tener un hijo especial. Por otra parte hay gente mayor, que está cansada; el tiempo pasa y otros vamos quedando viudos... Y la pregunta que nos hacemos es, ¿qué pasará cuándo faltemos? Yo rezo para que mis hijos se vayan ante que yo, me gustaría sobrevivirlos.

-¿El fallecimiento de su esposo desequilibró sustancialmente su organización?

-Perdí un apoyo, pero el trabajo fuerte lo hacía yo. De otro modo, a Manolo le habían operado de dos hernias en la espalda y sus esfuerzos eran mínimos. En 2007 enfermó y el diagnóstico fue un cáncer de estómago del que no tuvo noticia, «si tengo algo malo no me lo digas», me dijo. Duró dos meses, pero al final supo que se moría. Entonces sí me sentí impotente. Hizo tres años en abril.

-¿Da usted un sentido trascendente a todo esto, piensa en un Más Allá bienaventurado?

-No me lo planteo, sólo hago lo que tengo que hacer, es mi cometido en la vida. Cuando me muera, Dios dirá, y hoy le doy gracias porque los dos están sanos, aunque hay que cuidarlos; Robert tiene una hernia de hiato, y Pedro un soplo en le corazón, pero su calidad de vida es buena.

-¿Cómo es su día a día?

-Me levanto a las siete, preparo a los dos y a las nueve los dejo en la parada del autobús. Permanecen en sus centros hasta las cinco de la tarde. Luego, Pedro asiste a AGISDEM a diario, Robert sólo dos días y el resto de las tardes lo paseo, merendamos... Hasta las ocho que llega Pedro, y comienzo con las duchas, las cenas, hasta la mañana siguiente. Durante el día me ocupo de AGISDEM y de las cosas de la casa.

-¿Cuál fue la época más feliz de su vida?

-Soy feliz a mi manera; la felicidad está en la conformidad. No miro lo que tienen los demás. Económicamente, mis hijos reciben su pensión y yo la de viudedad y la mía. Me arreglo bien sin hacer excesos. Pero el tiempo de mi juventud fue precioso, aunque siempre trabajé mucho.