R. GARCÍA

Los bomberos de Gijón viven, un día de cada cuatro, en el parque de Roces. En estas instalaciones municipales los operarios de extinción de incendios del Ayuntamiento de Gijón desarrollan toda su vida: trabajan, van al gimnasio, comen, hacen prácticas e incluso duermen. O al menos lo intentan, porque su rutina puede cambiar en un solo segundo. Con una sola llamada de teléfono. «Una alarma desordena todo lo que estás haciendo, te mete el nerviosismo en el cuerpo y te obliga a moverte», asegura el responsable de uno de estos turnos de trabajo, Antonio Meana.

El trabajo de estos profesionales, divididos en cinco grupos, comienza a las nueve de la mañana. Lo primero que se hace, en palabras de Meana, «es comprobar que todo lo que hay está bien». Durante los primeros minutos de cada turno los bomberos inspeccionan al milímetro los camiones, las mangueras, las bombonas de oxígeno y todos los materiales con los que luego van a trabajar durante todo el día. El objetivo es comprobar que no hay nada fuera de su sitio. Una herramienta en mal estado puede dar al traste con un rescate o una operación importante. En el parque de bomberos se revisa «absolutamente todo».

Alrededor de las diez de la mañana se fijan las tareas. Los bomberos, siempre más de una docena en cada turno, se reparten el trabajo. A lo largo del día habrá varios profesionales destinados a la primera salida y otros quedarán de retén por si sus servicios se necesitaran en otro punto de la ciudad. Dos bomberos se encargan cada día de atender al teléfono. En una sala de control en la que no falta detalle alguno estos profesionales vigilan hasta el semáforo de salida del parque. «Si hay que salir rápido», explica uno de estos efectivos, «es vital cada segundo por lo que circulamos a la máxima velocidad que podemos siempre sin poner en peligro a los demás usuarios de las calles». El tiempo medio de respuesta de los bomberos de Gijón es de unos 8 minutos. Los efectivos se visten y se preparan en apenas segundos. «Lo primero que hay que ponerse siempre es el casco», asegura Antonio Meana, «hay gente que es comprensiva cuando oye las sirenas y se apartan pero otros no lo son tanto y los frenazos son algo habitual».

La mañana en el parque de bomberos se dedica también al mantenimiento físico. La agilidad y la fuerza es vital para estos profesionales de las emergencias. Un gimnasio de dos plantas instalado en el parque municipal de Roces les sirve para mantenerse en forma hasta la hora de comer. Si entonces no han tenido ninguna alarma los efectivos acuden a un comedor situado en la segunda planta de la que durante 24 horas es su casa común. Allí cada uno tiene su propia taquilla en la que guardan todo tipo de utensilios y alimentos. Tras el almuerzo llega el momento del descanso, y tras éste vuelve la actividad.

«Un bombero tiene que estar siempre entrenándose, mejorando la práctica», asegura Meana. Por eso una de las actividades que más realizan es la excarcelación de víctimas de accidentes de tráfico. Uno de los expertos en la materia, Alejandro Cuetos, entrena cada tarde para mejorar la técnica. Este bombero gijonés, que acaba de ser ascendido, asegura que lo fundamental es «proteger la zona en la que vas a actuar», es decir, evitar que se pueda producir otro accidente. El Ayuntamiento de Gijón les consigue vehículos antiguos que se renuevan cada dos o tres días. Allí los manipulan, les dan la vuelta, los ponen unos encima de otros... Todo para recrear situaciones reales.

Después de la jornada de prácticas y entrenamiento toca descansar. En el parque de Roces hay tantas camas como bomberos en cada turno. Al lado de cada una se han habilitado cinco pequeñas taquillas. Una por turno. En ellas los bomberos guardan las sábanas y las mantas para la noche. Los del turno de primera salida ni siquiera las necesitan porque duermen con las botas puestas: «En cuanto suena la alarma hay que levantarse corriendo, bajar por la barra coger el camión y salir», cuentan. Las mochilas con oxígeno están ya dentro del propio vehículo. «En cuanto te sientas, te las pones y así es todo más rápido, no tienes ni que prepararte antes de entrar», relata otro de los efectivos. Tras el turno los operarios disfrutan de tres días libres.

Además del trabajo, en el parque también hay espacio para el recuerdo. Entre las habitaciones y los vestuarios un gran cartel con más de una docena de fotos mantiene vivo el recuerdo de Regue y Monchu, compañeros fallecidos en el año 2005. José Ramón Bulnes Sánchez, de 59 años y vecino de Gijón, y de José Antonio Regueiro González, de 38 y natural de Avilés murieron en acto de servicio cuando el vehículo en el que viajaban cayó por una pendiente en la parroquia de Fano. Dieron su vida por la causa y ahora son homenajeados cada día por los más de 100 bomberos que trabajan en Gijón.