Pablo GALLEGO

La Universidad está en crisis. Económica, por los recortes en los presupuestos y las dudas ante la nueva financiación. Y vital, ante un «momento decisivo de un negocio grave y de consecuencias importantes», como diría la Real Academia de Española (RAE), causado por la adaptación al Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). Entre el fallido pacto por la educación y la competitividad por subir en los «rankings» internacionales, la Universidad vive uno de sus momentos más convulsos. Un tiempo que dejará marcada para siempre la educación superior en España; pero, a poco más de cuatro meses para que el conocido como «plan Bolonia» comience su siguiente fase, y ante tantos frentes abiertos, la Universidad española y sus alumnos parecen, como poco, bastante desorientados, divididos entre quienes apoyan las medidas europeas y los que ponen en duda su viabilidad y eficacia.

En el caso de Asturias, el próximo 27 de septiembre será otro día para la historia. Con 402 años cumplidos -inició las clases el 27 de septiembre de 1608-, la institución académica asturiana comenzará el primer curso con todos sus estudios adaptados a Bolonia. Cincuenta grados que sustituirán a todas sus licenciaturas y diplomaturas. Estudios que, según la vicerrectora de Ordenación Académica, Paz Suárez Rendueles, sobre el papel ofrecen «cosas esplendidísimas». Movilidad estudiantil, afán por convertirse en instituciones internacionales y una mayor relación con el tejido empresarial son tres de los objetivos de esta nueva Universidad abierta a Europa. Con títulos, de cuatro años en España, que podrán utilizarse en los cuarenta y siete países que asumieron la Declaración de Bolonia el 19 de junio de 1999.

El Espacio Europeo también obliga a un mayor esfuerzo del alumno, a un cambio de modelo docente en el profesor y a una fuerte inversión de las universidades, entes obligados a exprimir al máximo sus instalaciones y el tiempo de sus docentes, todo en uno de los peores escenarios económicos que se recuerdan. Por eso Rendueles diferencia entre el «papel» y la aplicación real del proyecto de educación superior europea. «El espíritu de Bolonia nació en una época de bonanza económica, pero ahora hay que desarrollarlo en plena crisis», reconoce. «Los recortes en el presupuesto son brutales, y así va a ser complicado cumplir los objetivos, porque hacer estas cosas cuesta mucho dinero», afirma.

Para el ejercicio 2010 la Universidad de Oviedo cuenta con un presupuesto de 229,5 millones de euros, pero de los 151,8 millones de euros que aporta el Gobierno del Principado de Asturias 135,5 se irán en gastos de personal, el capítulo más importante. Para el próximo año esta cifra debería crecer, por la evolución profesional de la plantilla docente y por la contratación de nuevos profesores para atender las nuevas necesidades de los estudiantes: tutorías personalizadas y clases con un máximo de 20 alumnos; pero la realidad es mucho más dura. Según el Ministerio de Educación, a las universidades españolas no les quedará más remedio que apretarse el cinturón, al menos hasta 2013. Demasiado cerca de la meta fijada por la Estrategia 2015, que en esa fecha pretende situar a algún centro universitario español entre los 100 primeros de Europa.

Por eso muchos piensan que la Universidad de hoy mira demasiado hacia ese futuro ideal sin ser consciente de su realidad de hoy. Carreras repetidas a lo largo y ancho de la geografía española y que cada año licencian a un número de especialistas mucho mayor del que demanda la sociedad. Aulas masificadas en algunos estudios y medio desiertas en otros. Alumnos acostumbrados a sentarse en un aula a soportar una hora de discurso y, según diferentes estudios, desmotivados frente a un futuro inmediato que les condena al «mileurismo». Universidades que en demasiadas ocasiones dan la espalda a las Humanidades y las Ciencias Sociales para buscar su salvación en las Experimentales.

Frente a quienes critican la adaptación a Europa, otros se encargan de defender sus reformas casi a capa y espada. Entre ellos, el presidente de la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas (CRUE), Federico Gutiérrez Solana. «En los años de bonanza habrá más dinero para estos objetivos y en los años de escasez, posiblemente menos, pero la actividad sigue avanzando hasta el mismo destino, construir una Europa basada en el conocimiento y capaz de mantener su Estado de bienestar y de tomar autónomamente sus decisiones», afirma Solana, «es decir, ser libre». «Esto es Bolonia», apostilla.

En un panorama gris, algunas voces consideran que la situación es «lógica». «En momentos de cambio es normal que no todo funcione a la primera», reconocía hace pocos días la comisaria europea de Educación, la chipriota Androulla Vassiliou. Según su opinión, los países han de pensar «a largo plazo». El mismo consejo que el premio «Príncipe de Asturias» Tobin Marks, investigador empeñado en la búsqueda de nuevas fuentes de energía, daba esta semana en la Facultad de Química. La crisis aprieta, y tanto el Gobierno central como las comunidades tendrán que recortar en todos sus departamentos. Incluida la educación.