Hay muchos nombres y estilos que se nos vienen a la cabeza a la hora de definir la música americana: Astor Piazzolla, George Gershwin, Alberto Ginastera, Charles Ives, Silvestre Revueltas o Frank Zappa podrían ser algunos de los elegidos, y aún así nunca terminaríamos de definir la variedad y riqueza procedente de este continente el cual, a pesar de no haberse desarrollado paralelamente a la evolución estética del arte europeo, ha tenido una gran importancia a lo largo del siglo XX y ha absorbido una gran cantidad de tradiciones en pos de configurar un lenguaje propio. La Orquesta Sinfónica Ciudad de Gijón, bajo la dirección de su maestro titular Óliver Díaz, ofreció el domingo día 9 una cuidada selección que sirvió para proponer una visión bastante completa del panorama americano en la primera mitad del siglo pasado. La cita fue en el teatro Jovellanos.

El programa dio comienzo con el dramático «Adagio para cuerdas» de Samuel Barber, arreglo para orquesta de cuerdas del segundo movimiento de su «Cuarteto de cuerda Nº1, Op.11», y que posteriormente re-arreglaría para coro mixto bajo el título «Agnus Dei». Muy popularizada, sobre todo, a través del lenguaje cinematográfico (su uso en películas como «El hombre elefante», de David Lynch, o «Platoon», de Oliver Stone, contribuyó firmemente a su difusión), la versión del «Adagio» ofrecida por la OSIGi evitó los efectismos expresivos en los que caen muchas orquestas, para ofrecer una versión sobria pero delicada de la partitura, haciendo buena gala de los matices y las dinámicas. Seguidamente, la orquesta continuó con «Appalachian spring», uno de los ballets más significativos del compositor Aaron Copland (aquí presentado en su celebrado formato de suite orquestal). Sumándose a la plantilla de cuerdas una pequeña sección de viento madera (flauta travesera, clarinete y fagot) y un piano, la interpretación resultó ágil, destacando sobre todo en las secciones más contrapuntísticas y de mayor carácter rítmico. También se transmitió muy bien el abierto colorido armónico y su introspectivo final, que se va desvaneciendo gradualmente.

La segunda parte se abrió con la «Bachiana Brasileira Nº9», composición de Heitor Villa-Lobos que ahonda en el espíritu estético del Barroco alemán, el contrapunto de Bach y los ritmos y armonías procedentes de Brasil. Junto con la «Bachiana Nº5», la «Nº9» muestra algunas de las ideas más brillantes llevadas a cabo a este respecto, como por ejemplo la fuga de las cuerdas con elementos sincopados, aunque en la interpretación del domingo hubo algún momento en el que se diluyó ligeramente esa fluidez en el pulso. Mención especial al difícil papel de los contrabajos. Por último, el clarinetista Philippe Cuper (solista de concierto desde 2002 de la Orquesta Nacional de la Ópera de París) presentó su visión del «Concierto para clarinete y orquesta» de Copland, una breve obra condensada en un único movimiento pero que ofrece una gran riqueza de ideas y registros, tanto para el clarinete como para el resto de los instrumentos. Mientras la primera parte se presenta más lírica y relajada, primando la belleza del color orquestal y la limpieza de las notas largas del clarinete (con intervalos distantes entre ellas), la segunda contiene un mayor énfasis rítmico y un influjo del swing jazzístico (reforzado por varias secciones en pizzicato de la cuerda). La impresionante cadencia intermedia a solo de Cuper fue uno de los mejores pasajes del concierto, siendo aclamado durante largo tiempo por el público. Cuper se mostró agradecido en todo momento, recordando al final (como pequeño bis) a Stravinsky y la última de sus «Tres piezas para clarinete solo».