Hoy las aguas corrientes de la villa son abundantes y, además, como manda el canon, son inoloras, incoloras e insaboras?, pero no siempre fueron abundantes, ni fueron así de limpias.

Hubo tiempos, y no tan lejanos, en que, incluso, las aguas no llegaban a las casas; y a las fuentes, como hoy ocurre con el trabajo, llegaban pocas. Y el vecindario había de salir a la fuente Vieja o a la de San Lorenzo, o la de la Barquera, o a la de los Papos o a la del Botón, con ferradas y calderos? y mucha paciencia, -como quien va hoy a la oficina del paro-, a buscarlas. Y para lavar ropas, iban a los ríos, a los lavaderos, y no pocas mujeres iban a lavar a las más que paradas aguas de la charca del Humedal. De las malas aguas, vinieron fiebres y vinieron pestes, que trajeron grandes mortandades?

Pero como siempre y con todo ocurre, hubo en la escasez de antaño, como en la crisis de hoy, aguas para ricos, y aguas para pobres...

Las aguas de los ricos venían en pipas montadas en toscos carros, o a lomos de sufridos pollinos, que los industriales del ramo tomaban con las primeras luces del día en las fuentes de las aldeas vecinas cuando manaban abundantes; que cuando el verano agostaba los manantiales, debían acudir a la fuente en plena noche, a poder ser sin luna, para evitar la vigilancia de los aldeanos, cuidadosos como ninguno del agua, que tenían por «muy» de sus huertas y sus tomates.

Aquellas aguas las repartían los aguadores veteranos por los domicilios, teniendo cada aguador su recorrido y su clientela fija. Mientras que los recién llegados a la actividad, anunciaban las suyas a grito «pelao» por las calles céntricas, que siempre, gracias a Dios, había necesidades imprevistas que atender en las casas no abonadas...

De especial aprecio gozaron entre el vecindario distinguido las finas aguas de La Peluca, famosa fuente de Somió y las procedentes de Veriña, tanto o más que las intermitentes de Tremañes que eran, sin embargo, las preferidas de alguna de las cocineras de las mejores casas de comidas.

Madame Garreau, la propietaria de la fonda francesa de la calle Corrida, que sirvió en la «Quinta» de Anselmo Cifuentes la comida en que el ingeniero Javier Sanz, que luego estaría al frente del Ferrocarril del Noroeste, presentó en sociedad los primeros planos de una posible conducción de agua del manantial de los Mingones a Gijón, se negaba a cocer verduras y preparar el típico plato de «fabes, tocín y morciella» si no contaba en la casa con buena reserva de las finas aguas de Tremañes, cuyos milagros resultados puede aún hoy degustar el curioso en los potes y menestras que preparan sirven en la acreditada casa Obaya.

Por la última década del siglo XIX llegaron al Gijón, hambriento por los barrios obreros, y sediento por los cuatro costados, las primeras aguas de Mingones y Llantones, que a partir de marzo de 1890 comenzaron a subir a los primeros y segundos pisos, y a correr abundantes por las bocas de las fuentes públicas, que con el invento dejaron de ser hilos de agua con los que llenar la ferrada primero o el caldero después fuera labor de horas que iban transcurriendo entre cortejo de criadas y soldados, y pedradas entre los mozos del barrio.

La primera señora gijonesa que abrió el grifo de agua en su casa, celebrado con grata fiesta, fue Agapita Menéndez Acebal, la esposa de Tomás Zarracina, el primer suscriptor del servicio. Después se engancharon las casas de Juan Galarza, Felipe Valdés, Tomás Velasco, la del señor conde...

Con las aguas del manantial hasta comenzaron a regarse calles y paseos. Corrida, Lequerique, el Campo Valdés y Begoña dejaron de ser paseos polvorientos, y pasaron a ser bien regadas sendas de galantería y cortejo.

Las aguas bajaron tradicionalmente pacíficas y económicas de Mingones a la villa. Los contadores marcaban el consumo, los aforadores anotaban en sus libros... y el municipio pasaba puntual sus recibos.

Si no fuera por las angustias, los sustos y «ahogos» de la crisis con su dramática Cofradía del Paro Obrero, podríamos decir que las aguas importan hoy poco a los gijoneses...

Apagada la sed de agua con las elegantes fuentes traídas de Glasgow, queda pendiente atajar la sed de justicia, Y para ello nuestro municipio ha dispuesto nuevas fuentes, las copas abiertas de los sabrosos cócteles; las panzudas del buen vino de Rioja; los vasos culones de la rica sidra, con su acompañamiento de huevos cocidos aliñados con la sal de nuestro salero...

Parece excelente la iniciativa de atraer a Gijón a la legión de turistas amigos del bebestible callejero: los hoteles se llenarán de «monas»; los Juzgados, de alcoholemias; y los hospitales de «comas» etílicos. Total, todo lleno.

Sólo falta el reparto domiciliario y gratuito de los buenos aguardientes del Bierzo. Y Gijón será el Paraíso... Los Alcohólicos Anónimos, legión; y el Proyecto Hombre, balneario.

Ofrezco reclamo, libre de derechos de autor: «Gijón para dormirla».