J. M. CEINOS

El 1 de julio de 1928 tuvo lugar, en el puerto exterior de El Musel, el acto de abanderamiento del crucero ligero de la Armada española «Príncipe Alfonso», que llevaba el nombre en honor del entonces heredero de la Corona y primogénito del rey Alfonso XIII. Pero durante aquel domingo de hace casi 82 años, que «amaneció espléndido», como contaron los diarios de entonces, nadie podía imaginarse que menos de tres años después, el 15 de abril de 1931, el «Príncipe Alfonso» sería el buque en el que partiría desde el Arsenal de Cartagena, hacia el exilio, Alfonso XIII, al día siguiente de haberse proclamado la Segunda República.

Pero el abanderamiento en El Musel, con el crucero ligero atracado de babor en la alineación Sur del primer espigón, también contó con la participación de algunas autoridades que, como el propio buque, pasarían a la historia por distintos motivos.

En representación de Alfonso XIII presidió el abanderamiento su primo, el infante de España Fernando de Baviera (1884-1958), mientras que por parte del Gobierno de la nación acudió el ministro de Hacienda, José Calvo Sotelo, cuyo asesinato en Madrid, el 13 de julio de 1936, precipitaría la sublevación del Ejército de África el 17 de julio, con la que se inició la Guerra Civil. En ella, el crucero «Príncipe Alfonso», que con la Segunda República vería cambiar su nombre por el de «Libertad», sería el buque insignia de la flota republicana.

Después de la guerra fue otra vez rebautizado, con el nombre de «Galicia», y siguió en servicio en la Armada hasta su baja, en 1970, cuando pasó a desguace.

Construido en Ferrol y entregado a la Armada en 1927, el «Príncipe Alfonso» era entonces el buque más moderno de la Marina junto con sus «hermanos», los también cruceros ligeros «Miguel de Cervantes» y «Almirante Cervera», este último, durante la Guerra Civil, activa unidad del bando nacionalista en el Cantábrico y protagonista de varios bombardeos sobre el Gijón republicano.

Y otro actor destacado del abanderamiento en el puerto exterior fue el capitán de la Guardia Civil Lisardo Doval y Bravo, que en El Musel, como relató a sus lectores el diario gijonés «La Prensa» en su número del 3 de julio, fue felicitado por «Su Alteza Real el Infante don Fernando de Baviera por la brillante formación de la sección montada del benemérito cuerpo que figuró en el desfile».

Lisardo Doval, que se haría notar por sus actuaciones contra el movimiento obrero asturiano durante la dictadura de Primo de Rivera, fue repudiado por la primera Corporación municipal republicana de Gijón, aunque pasaría a la historia de Asturias por ser uno de los principales encargados de la represión que siguió a la Revolución de Octubre de 1934.

Pero el 1 de julio de 1928 El Musel lucía espléndido. Lo contó a sus lectores «La Prensa» el día 3: «Antes de que el Infante y demás autoridades se trasladaran al Musel, comenzaron los preparativos en el puerto exterior para la ceremonia que se iba a celebrar. En uno de los lados del cargadero del Sindicato se instaló el altar, teniendo como fondo y dosel un amplio telón con los colores de la matrícula de Gijón (blanco y rojo). En el altar se colocó la imagen de la Virgen del Carmen, llevada allí desde la iglesia de San José (...) A ambos lados del altar se colocaron tribunas, una a la izquierda, para los invitados, y dos a la derecha, para el Infante y séquito y para las autoridades».

La idea de abanderar el buque de la Armada que llevaba el nombre del Príncipe de Asturias había surgido en el Principado años antes. Así, relató «La Prensa» que «en la Catedral de Oviedo, el día 23 de agosto de 1925, y con asistencia de SAR don Alfonso de Borbón y Battemberg, Príncipe de Asturias, que presidió el acto, fue solemnemente bendecida la bandera».

El crucero había sido botado en Ferrol en enero de 1925, en el astillero que la Sociedad Española de Construcción Naval tenía en la localidad gallega.

Por su parte, el republicano diario local «El Noroeste», que en su primera plana del 3 de julio de 1928 no hizo mención alguna del abanderamiento, en páginas interiores, pero a sólo dos columnas, informaba a sus lectores del acto, y como curiosidad indicaba: «Tan pronto el jueves último atracó el crucero "Príncipe Alfonso", se instaló a bordo por empleados de la Compañía Telefónica Nacional el teléfono para comunicar con Gijón y con cualquier otro puerto. Es la primera vez que se realiza esta operación en los barcos que pasan por nuestro puerto, y este servicio proporcionó grandes facilidades a bordo, así como en tierra, por la rapidez de las comunicaciones».

Y el rotativo «La Prensa» reseñó, de los discursos pronunciados a bordo del buque de guerra, lo siguiente del comandante del «Príncipe de Asturias»: «Con el temblor de un neófito, me acerco a ese precioso lienzo, donde pusieron amor virtuosos corazones de madres españolas y desvelo las lindas hijas descendientes de aquellos que fundaron nuestra nacionalidad». Al finalizar los discursos «fue izado en el crucero el pendón morado de Castilla y, seguidamente, la bandera de combate regalada por las damas asturianas».

Era el comandante del crucero Juan Cervera Valderrama, que llegaría a almirante de la Real Armada y sería ennoblecido en 1961, casi diez años después de su fallecimiento, con el título de marqués de Casa Cervera, y el 15 de julio de 1928, a los pocos días del abanderamiento celebrado en El Musel, ascendido a contraalmirante, siendo destinado como jefe del Estado Mayor de la Escuadra.

Ricardo Fernández de la Reguera y Susana March, en su novelada «La caída de un Rey», publicada en 1972 dentro de la colección «Episodios Nacionales Contemporáneos», relatan la llegada al Arsenal de Cartagena, en la madrugada del 15 de abril de 1931, de Alfonso XIII: «Por primera vez en su vida, don Alfonso iba vestido de paisano a bordo de un buque de guerra español (...) Estaba amaneciendo. Soplaba una brisa fría que calaba hondo, hasta el alma. Don Alfonso bajó a su cámara, que era la del almirante jefe de la escuadra de cruceros».

El crucero ligero «Príncipe Alfonso» levó anclas y enfiló hacia mar abierto, rumbo al puerto francés de Marsella, y cuentan Ricardo Fernández de la Reguera y Susana March: «El crucero no llevaba izado el pendón morado de Castilla, insignia real. Al preguntar el porqué, se le contestó (a Alfonso XIII) que el sastre de a bordo lo había utilizado para confeccionar la bandera republicana».