Su padre modelaba cacharros de loza y su madre fregaba escaleras para sacar adelante una familia con tres hijos. Vivían en el extrarradio. Él era un mal estudiante, que sólo encontró empleo como comercial, pero apuntaba maneras. Era locuaz y carecía de escrúpulos para engañar al prójimo. Con labia y ambición fue progresando. Creó una familia. Los ingresos crecían. Compró una casa y un coche, con ellos llegaron las primeras letras. Cambia su casa por otra en una zona más prestigiosa. Hace lo mismo con el coche. El progreso social hay que manifestarlo, hacerlo visible. Al tiempo, su verbo público encaja en lo «correcto», es moderadamente de izquierdas, apadrina niños del Tercer Mundo y clama ante el «cambio climático»; también defiende los derechos de las minorías y se enternece ante la emigración (de todas formas blinda con alarmas antirrobo su chalet en las afueras). Cambia su empresa, que valora más sus habilidades para la venta. Sus hijos van a un colegio de pago y a colonias de verano de elevado costo. Como apenas los ve, les compra regalos. Todo se compra. Sigue alternando con mujeres caras y corriéndose juergas nocturnas. Lo ascienden a director comercial y coge una «querida». Porque un hombre de éxito puede permitirse esos lujos. Cuando llegan las nuevas deudas echa mano de los créditos fáciles. Pero los intereses aumentan, es una bola de nieve que crece y crece. Cuando su tamaño es insoportable ya no puede mantener la mentira. Al final pide ayuda a sus padres, que hipotecan su jubilación por evitarle la cárcel.

Ésta es la historia de una persona que conozco, pero también es un símil de lo que ocurre en nuestra España. Del subdesarrollo al pelotazo. Guiado todo ello por la cultura del beneficio personal inmediato. Siempre disfrazado tras un discurso de buenas palabras vacías (tolerancia, solidaridad?). La crisis que «no existía» acaba siendo el recorte más brutal que se recuerda. Y la razón es que nuestro país está hipotecado, gasta más de lo que ingresa (lo mismo que mi conocido). Son demasiados los ministerios inservibles, las consejerías ineficaces, los subsidios estrambóticos, las embajadas autonómicas, las televisiones, los museos, las publicaciones que son mera propaganda, los diputados regionales, los asesores, los traductores, los cargos de confianza? los amigos, primos y familiares. Nuestro Estado (Gobierno central, autonomías y ayuntamientos) es caro y poco eficaz. Pero al final paga la mayoría silenciosa? los de siempre.