Pablo GALLEGO

En 1963, Jerry Lewis y su película «El profesor chiflado» contribuyeron a forjar el estereotipo del científico despistado. Un personaje loco por momentos y entregado a ampliar las fronteras del conocimiento sin otra preocupación que sus investigaciones. Pero más allá de licencias cinematográficas, quienes componen la gran familia de la ciencia encajan difícilmente en esa descripción. El futuro de la Física, como el de otras disciplinas científicas, está hoy en la mente de investigadores como Diego Rodríguez-Gómez o Bárbara Alonso. Jóvenes que, en la mayoría de los casos, no llevan gafas de pasta ni un puñado de bolígrafos dentro del bolsillo de la camisa.

A Diego le gustaba «juguetear con lo que ponía el libro de Física al final». Términos como Relatividad, mecánica cuántica o astrofísica hicieron que Diego -nacido en 1980 y que estudió el bachiller internacional en el Instituto Jovellanos de Gijón, donde dice que se fomentaba «la curiosidad»- se decantase por la Física y no por la ingeniería. «Si venías de un pueblo, el éxito era ser ingeniero», afirma ahora que los triunfos académicos y científicos le han llegado por la parte de las ciencias «duras».

El área en la que trabaja Diego es la teoría de «supercuerdas». Un esquema teórico que pretende explicar todas las partículas y fuerzas fundamentales de la naturaleza en una sola teoría que «modela las partículas y campos físicos como vibraciones de delgadas cuerdas supersimétricas que se mueven en un espacio-tiempo de más de 4 dimensiones». Algo difícil de traducir para los no iniciados. Conceptos que se escapan, que describen «un mundo muy distinto al que todos conocemos, aunque ambos están irremisiblemente relacionados», afirma. Un campo de investigación «herencia de Einstein» -considerado como el científico más importante del siglo XX-, que en 1905, siendo un joven desconocido, publicó su teoría de la relatividad. Esa que Diego leía en las últimas páginas de los libros, y que, según él «dará respuestas a cuestiones que llevan siglos abiertas».

Antes de trabajar en las universidades de Princeton (Estados Unidos) o Queen Mary (Londres), en 2005 y con sólo 25 años Diego se doctoró en Física por la Universidad de Oviedo. El mismo grado académico -con sobresaliente «cum laude»- que, desde ayer, reconoce el trabajo de Bárbara Álvarez (1983). Otra cara de la Física que sale de Asturias.

Su apuesta por este área de la ciencia partió de la superación personal. Al terminar COU en el San Ignacio de Oviedo tenía claro que quería hacer «algo difícil». «Mi madre me dijo que estaba loca», rememora con una sonrisa. De aquella locura surgió un expediente brillante, cuatro años de doctorado en el laboratorio de física «Fermilab» de Chicago (Estados Unidos), la conquista personal del inglés y una tesis hecha a ambos lados del Atlántico y alrededor del «Bosón de Higgs». La conocida como «partícula de Dios», y que no ha sido observada hasta el momento. «Hemos avanzado para llegar hasta ella, pero tristemente aún no lo hemos conseguido», apunta.

El siguiente paso en su carrera será incorporarse, el próximo septiembre y a través de la Michigan State University (Estados Unidos), al equipo que trabaja en el LHC. El gran acelerador de partículas del Centro Europeo de Investigaciones Nucleares (CERN) de Ginebra. Un lugar, en la frontera entre Francia y Suiza, del que saldrán «nuevos descubrimientos, segurísimo», afirma Bárbara. «Algunos ya se han producidos y habrá otros en los que quizá nunca se ha pensado».

El primero de ellos se logró hace menos de dos meses, el pasado 30 de marzo. Una jornada histórica para la ciencia en la que se logró hacer chocar, casi a la velocidad de la luz (300.000 kilómetros por segundo) dos protones cargados con 7 teraelectronvoltios (TeV). Suficiente para acercarse un poco más al momento clave del «Big Bang» y a la teoría de la gran explosión que explica el origen del Universo. Una nueva era en el estudio de la física de partículas. El presente de Diego y Bárbara.

Ambos comparten la idea de que en la investigación se trabaja «muy duro para llegar a ciertas metas». También cierto desapego sobre la nueva ley para gestionar la ciencia propuesta por el ministerio, y la sensación de desconcierto que surge en aquellos que les preguntan a qué se dedican. «La gente sabe qué hace un médico o un periodista, pero no qué hace un físico», apunta Bárbara, «aunque el interés mediático por el LHC nos ha hecho más visibles». «Esta Física», sentencia Diego, «no es algo tangible, pero es muy importante».

La «pasión» por la ciencia es el motor que mueve la carrera investigadora de Bárbara y Diego. Para quienes vengan detrás, la ciencia debe ser «una manera de pensar», y la Universidad «debe enseñar a resolver problemas, no sólo ecuaciones. Para eso están los libros», asegura Diego. En breve cerrará su etapa inglesa para trabajar en la Technion University de Israel, «uno de los centros punteros en mi campo, y encima tienen sol y buena comida», bromea. Su objetivo a largo plazo, más allá de cuerdas o superconductores, parece a todas luces más sencillo: «volver a Asturias».