Ángel CABRANES

Seductora, como las letras que interpreta y atrevida, como un estilo de vida al que inyecta grandes dosis de humor, Concha Buika presentará mañana, a las 20.30 horas, en el Jovellanos «El último trago». El más reciente de sus cuatro discos está basado en el repertorio de una de sus musas, Chavela Vargas, a la que quiere homenajear para «que recoja en vida los aplausos a su trabajo». Lo hará desde la visión personal con la que ha impregnado estilos tan diferentes como el jazz, tangos, bulerías o boleros. Porque a sus 38 años, esta mallorquina de origen guineano afirma con sorna que «nunca he tenido claro dedicarme a la música». Tal vez su inspiración llegó gracias a que siendo niña, se pasaba horas escuchando cantar copla a las mujeres de su barrio mientras tendían la ropa.

-¿Por qué ha decidido homenajear a Chavela Vargas?

-A las musas hay que homenajearlas en vida. Era muy lindo que ella escuchase que el mundo entero aplaudía su trabajo otra vez, y las veces que hagan falta. Son tantas las personas que habrá que homenajear de aquí al fin de los días, que el orden da igual.

-¿Con quién se tomaría el último trago?

-Teniendo en cuenta que el último trago es sólo aquél que te hace levantar el brazo y pedir el siguiente, pues con cualquiera, siempre que sea un buen conversador.

-En su página web dice que lo haría con su madre, abuela y bisabuela

-No lo recordaba, pero con ellas ya lo hago cada noche.

-Usted es una artista que se adapta a todo tipo de estilos ¿Cuál será el siguiente?

-Me dejo mucho llevar por lo que escucho en mi cabeza, y se me ocurren mil locuras. Últimamente me tira la electrónica. Llevo tantos años haciendo programación, que me apetece irme para allá. El siguiente disco puede ir relacionado con ello.

-¿Cuándo tuvo claro que se quería dedicar a la música?

-No lo he tenido nunca. Estoy probando todavía, y si no me gusta, me marcho (se ríe). Siempre intenté tocar batería, pero me salía muy mal. Simplemente, un día busqué las diez mil pesetas que me prometieron en un bar por cantar. Reconozco que el primer año que estuve trabajando, me timaron bastante. Había un pianista que me decía: «Las cantantes pagan para que las escuchen y así consiguen que las contraten en salas de conciertos». Yo, con toda la ilusión del mundo, ahorraba mi dinero del trabajo, para luego poder ir a interpretar canciones. El pianista decidió al final que no le pagara. Decía que lo hacía muy bien. Pero me tiré un año sin cobrar un duro y besándole los pies a aquél hombre.

-¿Cómo fue la experiencia de dar el salto a clubs y casinos de Nueva York y Las Vegas?

-Raruna. Pasé una época extraña y curiosa. Mi madre me enseñó a no llevar equipaje. Vayas donde vayas, cierra los ojos, aprieta, y haz lo que mejor sepas hacer. Lo que mejor sé hacer, a parte de un millón de cosas más, es cantar. No sé qué canto, ni si está bien o mal. Lo único que hago es hacer lo que la voz guía me dicta. Soy fiel a esa voz tanto para el cante como para el cuento, que son las dos cosas que te hacen sobrevivir en esta profesión.

-¿Cuánto tiene de cante y cuánto de cuento?

-Depende de cuál es tu sueño. Si cuando cierras los ojos te imaginas forrado de pasta, en un buen coche y rodeada de tíos y tías... En mi caso, lo único a lo que aspiro es a sonar bien. Tener un «peazo» de banda y de repertorio. Si hay más o menos dinero, sabremos estar igual de bien. Para eso ya estamos adiestrados. Vengo de los años 80, que para mí fue una época de legión. Sé que si voy con un guitarrista a la plaza mayor y me canto «Mi niña Lola», voy a tener dinero para comer. Es la única realidad a la que acudo cuando todo se pone extraño.

-¿Cuál ha sido el momento más feliz sobre un escenario?

-El que nos queda por vivir. Y mira que me lo paso bien, pero creo que siempre puede mejorar todo.

-¿Y el más duro?

-El de reconocer que hay cosas en esta vida que no van a cambiar, y además tener que comprenderlo. Ya no aceptarlo.

-¿Qué cosas cree que es imposible variar?

-Muchas, cada uno tendremos la lista de las nuestras. Sucesos que ocurren en el mundo, en nuestra vida personal. Lo peor de las cosas malas, es que no cambien, pero los buenos siempre somos más.

-¿Cómo será el concierto en el Jovellanos?

-Utilizo los discos como excusa, porque a ratos es lo que son, excusas para seguir. Mi último trabajo será un buen hilo conductor, pero cada actuación tiene su identidad porque están dirigidos por maestros de orquesta distintos. Mis interpretaciones van acompañadas de ellos y los de Gijón no sé cómo serán, pero los hay muy duros. A mí eso me encanta.

-Adelante algo a los gijoneses.

-Me gustaría adelantarme y saber incluso si esa noche voy dormir sola o acompañada. No tengo ni idea. Reconozco cierto carácter trance en mis actuaciones. Nunca recuerdo qué he cantado, ni qué pasó, ni suelo volver a ve otros de mis conciertos en vídeo, ni escucharlos. Soy joven para vivir de herencias. Me gusta tener que luchármelo.