Dan la vuelta al ruedo sobre la arena de El Bibio rubias nibelungas que muestran como trofeo al respetable interminables jarras de cerveza, rubia, tostada y zahína. El festival de esta bebida con barra abierta en la plaza de toros trae a la memoria la teoría estrambótica de un catedrático alemán, Josef H. Reichholf, según el cual el hombre primitivo no cultivaba cereales para alimentarse sino para fabricar cerveza. Total, que el nacimiento de la agricultura es una milonga arqueológica, y que para crecerse, el lejano antepasado gustaba de empinar el codo. Defiende el investigador tudesco que la bebida en cuestión servía a la cohesión del grupo, motivo por el que no habría que descartar que tras una jarana beoda aquellos viejos parientes entonaran, en fraternal abrazo, el conocido «Neanderthal, patria querida». De manera que mucho antes que los tercios de Flandes dieron caña al enemigo los tercios de Cromagnon. Y que contemporáneo del culto a los dioses paganos fue la devoción a San Miguel.