Las personas, pocas veces entendemos lo que sentimos y, sin embargo, lo justificamos sin el menor reparo. Quizá sea lo que ahora nos está sucediendo a todos tus allegados, al apreciar el vacío que dejas en nuestro espacio.

Cada uno de nosotros ignoramos cuándo aceptamos incluirte en nuestro entorno íntimo de la amistad y también ignoramos cuándo tú decidiste hacerlo con nosotros, si es que esas cosas tienen resolución premeditada, aunque más bien considero que todo ello es el resultado de muchas horas apacibles que hemos disfrutado juntos, compartido mesa juntos, comentado alegrías y tristezas juntos y, sobre todo, conversado mucho juntos.

Juanjo, nos has dado mucho más de lo que has recibido de nosotros. En ti hemos encontrado, quienes te hemos conocido, una compensación y una tarea: alguien en quien depositar confianza, a la vez que has sido capaz de transmitirnos con tu serenidad las resoluciones más apropiadas en cada momento.

Tu prudencia en las tertulias nos obligaba a solicitar tu dictamen y opinión casi sentenciadora del final de la discusión. Con tus prolongados y elocuentes silencios ante las distintas opiniones en las discusiones, mostrabas a quienes disfrutábamos de tu presencia el dictamen de tu corazón.

Con inteligencia, amor y buen hacer, en el ámbito de familia, has logrado que tu matrimonio con Nieves Alonso Vaquero creciese como los árboles de tu jardín en Quintueles, permitiendo que el roble y el ciprés creciesen fuertes sin que las sombras y raíces de los mismos se estorbasen. Juntos los dos habéis entendido en cuanto a la educación de vuestros hijos: Juanjo, Marián y Óscar, que aunque por vosotros han sido engendrados, no os pertenecen y por eso, aunque les habéis dado vuestro amor, les habéis dejado preparado el sendero de la libertad y el respeto.

Has padecido una larga enfermedad, y sin embargo sólo en los últimos meses la sinrazón ha permitido que se reflejase en tu aspecto físico, luchando contra la misma con toda la fuerza que te ha arrastrado en todos tus actos durante tu vida de trabajo.

Siempre has tenido un claro dominio de la reflexión y de la medida, como corresponde a los hombres virtuosos, por eso aun aborreciendo la muerte, esperabas el descanso que la misma proporciona, además, como en alguna ocasión hemos comentado, ¿Cómo saber que tu muerte de hoy no es mejor que tu vida de ayer? ¿Cómo saber que vida y muerte no es lo mismo?

Ahora amigo Juanjo, dejas un vacío en tu entorno, y de eso eres un experto. Has construido muchos edificios en tu vida profesional, en los que dejabas huecos en las paredes para que entrase la luz y con ello el espacio construido se hacía más habitable. Ahora el vacío que dejas en tu entorno, mostrará la luz que tu presencia, desde donde te encuentres, servirá de guía y referencia para quienes hemos tenido la suerte de conocerte y disfrutar de tus virtudes.

Sólo queda, además de agradecerte tu amistad, evocar en este momento a mi paisano Jorge Manrique en «coplas a la muerte de su padre» y aplicarlo por su similitud a cuanto de ti podría también haber escrito; «Amigo de sus amigos,/ ¡qué señor para criados/ y parientes!/ ¡qué enemigo de enemigos!/ ¡qué maestro de esforzados/ y valientes!/ ¡qué seso para discretos!/ ¡qué gracia para donosos!/ ¡qué razón!/ ¡qué benigno a los sujetos!/ ¡a los bravos y dañosos,/ qué león!».