Intenso (y espléndido) fin de semana en los escenarios gijoneses. El pasado viernes fuimos desgraciadamente muy pocos los que nos acercamos a la Laboral para conocer las propuestas de la muestra de performance que el teatro asturiano está organizando esta primavera. Un hombre clavado a una flecha en el centro de la iglesia de la Laboral, moviéndose a través de un lecho de plumas blancas, fue la primera sorpresa que nos deparó la triple sesión.

Un ejercicio estético de una hora, en la que hubo tiempo para la fascinación, pero también para el aburrimiento más soberano. Mucho más interesante fue la revisión del arquetipo hooligan-cervecero-aficionado a la bronca, que nos propusieron los británicos Melville Mitchell con su espectáculo «Dallas Steak House». Divertidos y sorprendentes, emanaron un brumel hiper masculino, muy autoparódico. Y como fin de fiesta, nunca mejor dicho, las alemanas Land, Ulf Sievers & Henri Fleur arrancaron sonoras carcajadas con su divertidísimo «Larry Peacock», esperpéntico concierto de techno, con coreografías imposibles y alegato feminista lésbico (o si lo prefieren, bollo antipatriarcal) incluido.

El sábado más público, aunque tampoco el llenazo que cabía esperar en El Jardín de las Delicias de Blanca Li. La polifacética artista granadina trajo al teatro Jovellanos su particular interpretación del tríptico de El Bosco.

Un montaje cargado de imaginación y de humor (en algún momento, un poquito facilón, la verdad), con unos impresionantes efectos visuales que lograban animar y dar vida a las alucinadas imágenes del pintor renacentista (por cierto, ¡viva la informática!, ¿no?). Un diálogo entre danza y pintura, pasado y presente, articulado en torno a una pregunta de difícil respuesta, ¿qué diría Hieronymus Bosch, El Bosco, del mundo de hoy? Sólo falló la música, bastante anodina. Una lástima.