Ángel CABRANES

Coches que circulan solos y capaces de escoger el trayecto más eficiente son imágenes propias del cine fantástico. Sin embargo, los alumnos de Ingeniería Técnica de la Universidad de Oviedo demostraron ayer que la realidad siempre supera a la ficción. Lo hicieron durante el segundo campeonato de robótica organizado en el Campus de Viesques, que reunió a 21 estudiantes de las ramas de electrónica e informática para exhibir las herramientas del futuro. Se trata de automóviles a pequeña escala progamados con un microchip que son capaces de rastrear itinerarios y competir por completarlos en el menor tiempo posible. Soñar con un vehículo autómata no es tan descabellado.

«El futuro estára marcado por las diferentes utilidades que nos prestará la robótica», afirma Juan Ángel Martínez Esteban, director del departamento de Ingeniería Técnica Electrónica de la Universidad de Oviedo. Encargado de impartir el curso de extensión universitaria «Desarrollo de microrobots móviles», que concluyó el pasado viernes en el Campus de Viesques, Martínez Esteban ve en el campeonato de prototipos «una oportunidad para que los alumnos den rienda suelta a sus conocimientos. Las prácticas en sus estudios están limitadas en tiempo y forma, ahora pueden innovar en diseños y darle utilidad a los meses de estudio».

Uno de estos alumnos es Antonio Hermida, un tinerfeño que llegó a Asturias para convertirse en Ingeniero Técnico Electrónico. «He usado una pequeña base de aluminio a la que le he ensamblado tapas de botes de conserva que ejercen como ruedas y un par de motores. En la parte delantera he acoplado varios sensores infrarojos capaces de detectar la diferencia entre el negro y el blanco. Ahí está la clave para que puedan seguir el itinerario correcto y completar el circuito trazado para la competición», explica mientras prueba la respuesta de su vehículo a unas marcas de cinta aislante pegadas en el suelo.

A su espalda, colocado sobre una de las repisas que se alinean junto a los ventanales del aula, el coche del ovetense Manuel Fernández está recibiendo las últimas instrucciones. «Estoy transfiriendo datos al microchip que lleva integrado para que todo funcione correctamente. Lo conecto a través de un cable USB al portátil, y gracias a un programa informático me permite programarlo a mi gusto», explica sin dejar de mirar la pantalla de su ordenador. A pocos metros de los participantes en el concuso, la exhibición tecnológica continúa con una demostración de fabricación de piezas a través de impresoras 3D. «Son máquinas que utilizan un plástico ecológico para elaborar con exactitud cualquier tipo de instrumento que pueda imaginarse. El proceso de producción es como el realizado por un torno de alfarería, al que poco a poco se le van añadiendo capas», aclara Ignacio Secades. Él sirve ahora de ejemplo para los estudiantes, ya que tras licenciarse en Ingeniería Técnica Electrónica dirige una empresa dedicada a la aplicación de la robótica.

Las finales de la competición devuelven el bullicio a la sala. En juego están 2.000 euros en premios para los mejores en las pruebas de rastreo, velocidad y mejor diseño. Pequeñas inversiones hoy para los grandes descubrimientos del mañana.