El primer centenario del nacimiento del pintor Aurelio Suárez (Gijón, 14 enero 1910-10 abril 2003) se está celebrando con gran despliegue de actividades y exposiciones a lo largo de la mitad de año que queda. Se han inaugurado «Chatarraurelio» (Museo Antón de Candás, 13 de julio a 29 de agosto) y «100 años de Aurelianismo» (Galería Cornión, 15 de julio a 31 de agosto). A fin de año vendrá la exposición «LIBROAURELIO» (Biblioteca Jovellanos, 5 de noviembre de 200 al 14 de enero de 2011) y la del Museo Bellas Artes de Oviedo (19 de noviembre al 23 de enero), que consta de fondos del propio Museo sobre Aurelio Suárez, acompañada de objetos personales del autor. Estas actuaciones, tan perfectamente planeadas son resultado de las gestiones de Gonzalo Suárez Pomeda (Gijón, 1949), hijo del pintor, bajo patrocinio del Principado de Asturias, los Ayuntamientos de Carreño y Gijón y cuatro entidades privadas. El lema del centenario es «100 años de aurelianismo» y la imagen una foto de Aurelio en el Campo San Francisco de Oviedo (abril, 1959), montado en un caballo de cartón.

Este título sigue el camino de otros parecidos, como «infantilismo aureliense», «aureliada», «aureliocromía», «cabezaurelio», «aureliografía», etcétera, palabras que el mismo pintor inventó para titular series de sus «bocetos». Como Aurelio era del todo metódico y preciso, a su vez los «bocetos» (lápiz, tinta y aguada sobre papel) tienen un tamaño diferente (17x23) y distinta ejecución que los «gouaches» (37x45) y los «óleos» (38x46). Casi todos son apaisados, pero puede haberlos verticales. (Para hacerse una idea, los «Bocetos» son 3.900 en 39 carpetas de a 100 por unidad).

En «Chatarraurelio» vemos objetos que Aurelio fabricaba, muchos de ellos de uso doméstico y cotidiano, bien para la casa o para su estudio de pintor. Cajas de lápices, cajas de puros, barajas decoradas de dos tamaños, algún hierro, piedras pintadas, azulejos, trabajos sobre huesos, calabazas y cortezas de coco. Despiertan sonrisas esas colecciones de cromos con series de imágenes de arte, personajes históricos, etcétera, que el pintor coleccionaba. Entramos en ciertas intimidades al ver platos, palilleros, bandejas, pantallas de lámparas, marcos de espejo, estanterías, sillas, taburetes, etcétera. Incluso recuerdos para su mujer, como ese ladrillo vidriado que dice: «Tere: recuerda, Domingo 5 de Octubre de 1949. Aurelio». O la concha que lleva escrito «Tere». Me pregunto qué sonido tendrá esa pequeña caracola. Y comprendemos el trabajo de las manos de Aurelio Suárez, esas manos de artista total que Rubio Camín puso de relieve en los magníficos retratos fotográficos que tomó del pintor.

Cabe destacar al menos tres tipos de obras: las de mirada surrealista, las estatuillas africanas y los grabados a fuego sobre madera. Las típicamente surrealistas no son muchas. Esa subversión de la mirada es apreciable cuando se le ocurre a Aurelio pintar una cara sobre el caparazón de un centollu. O cuando hace lo mismo al dotar de personalidad expresiva los recipientes de madera que se cuelgan al cinturón para llevar en agua la piedra de afilar la guadaña, que en Asturias se llaman «zapicos, cachapos o gaxapos», según las zonas. Aurelio los transforma en máscaras africanas.

El enganche le ha sugerido una nariz alargada y luego vienen los ojos, la boca y algunas modificaciones para el mentón. Las demás estatuillas africanas son igualmente de mucho interés, porque están talladas en madera y terminadas con esmero, sean máscaras o figuras humanas completas. Aurelio las barniza o las pinta al óleo. Parece que el artista se acordara de Picasso y el papel que estas máscaras tuvieron en la revolución de las vanguardias a comienzos del siglo XX. Hay otras maderas talladas y pintadas al gouache que remiten a monstruos de la imaginación, tan expresionistas como surrealistas. En definitiva, máscaras primitivas reivindicadas para el surrealismo. Pero también Aurelio reivindica a Goya como precedente del surrealismo en dos azulejos singulares de 1947, titulados «Coquetería» y «Música y danza».

En cuanto al trabajo de la madera sobresale la pirografía o dibujo al fuego con un punzón al rojo, que deja sobre la tabla huella negra. Técnica adecuada para que Aurelio exprese su pasión por la geometría. Pero igualmente se atreve con dos estudios de mujer y ese juego medio cubista del dominó, pintado al óleo, o los peces sobre tabla de 80 cms. de larga, que parecen dar escolta a una versión del ying y el yang, o el día y la noche en la cara de sol y luna.

Sorprende a la gente la firma de Aurelio Suárez, al revés y con un pez y fecha casi siempre. La fecha era obsesión del autor. El visitante puede entretenerse en investigar cómo Aurelio Suárez llegó a su firma definitiva, a medida que se afirmaba en su vocación de artista. Hay un azulejo firmado A.S. y varias firmas completas en laterales de obras y algunos autorretratos. La firma completa (nombre, pez y fecha), pero no invertida, aparece por vez primera es en una caja de madera para lápices de 1940. Y la completa invertida, en un azulejo con ciudad redonda y fortificada de 1947. Esta última manera se irá imponiendo poco a poco, no de golpe, pues todo artista vive un proceso de maduración.

Y ya que estamos con el pez, cabe preguntarse por el significado de este símbolo para Aurelio Suárez. Creo que Aurelio se siente fascinado por la majestuosa indiferencia del pez, que lo ve todo pero no se fija en nada. Ni permite que nadie penetre en su interior. Es el símbolo de una actitud ante el mundo. Los ojos del pez no parecen hechos para dialogar, sino para absorber el mundo y reflejarlo sobre sí mismo. Los ojos del pez son un espejo para los humanos. El pez no te devuelve la mirada sino tu propia imagen como en un espejo. La boca del pez, con el labio inferior prominente en muchas especies, compone un supremo gesto de escepticismo. La formulación más cruda de esta actitud aureliana está escrita en un azulejo sin fecha (hacia 1947) de un hombre que camina llevando un gran besugo a la espalda: «En nada creo, de todo me río».

En la sala Cornión alternan obras del pintor surrealista con homenajes que le hacen los artistas de la galería. Entre las obras de Aurelio Suárez cabe destacar dos brevísimos manifiestos. Uno es el «Teorema pictórico» de 1932, donde se repite obsesivamente como fondo: «pintar no es copiar la naturaleza sino representar gráficamente lo que imagina nuestro cerebro». Y el otro es el «Cronopictórico» de 1934, homenaje al reloj blando de Dalí, donde escribe a un amigo: «Y te diré que la máquina fotográfica ha hecho de la pintura realista "algo" inútil y sin razón de ser? Pinta lo que quieras y como quieras». Otra obra notable es «Monte de Eva», donde reinterpreta a la manera surrealista algunos mitos del Renacimiento, como el «Nacimiento de Venus» de Sandro Boticelli y «El caballero, la muerte y el diablo», de Durero. Y ya en el mismo Gijón, la vista desde el balcón de su taller, que convierte el martillo de Capua en la cubierta de un trasatlántico, es de un surrealismo sublime por casi imperceptible.

Pero la novedad de esta muestra consiste en los homenajes que le hacen a Aurelio Suárez los artistas que exponen en la sala Cornión. Caricaturas de Pablo García Suárez y Suso Loza «Mortiner», ambos de LA NUEVA ESPAÑA. Obras de Miguel de Galano, Edgar Plans, Pelayo Ortega, Reyes Díaz, Melquíades Álvarez, Pablo Maojo, José Arias o Josefina Junco, van completando otros homenajes ya expuestos en la galería en el año 2007. Sobre soporte blanco figura el «Cocheaurelio» de Miguel Mingotes. Justo es señalar la amplia contribución a la figura de Aurelio Suárez que significan los numerosos trabajos del periodista Juan Carlos Gea. El catálogo de esta exposición abre con un fragmento del «Nocturno de Aurelio Suárez», texto que ha escrito Gea como poeta.