l La rotonda del Club de Regatas

Es un buen sitio para empezar: el lugar donde se alzaba la antigua batería de San Pedro. Allí se toma café y otras bebidas de animación, sentados en cómodos sillones o de pie frente a la mar de San Lorenzo. Una rotonda interior, acristalada de suelo a techo, que pertenece al diseño primitivo de los hermanos Somolinos en 1939, siguiendo el estilo racionalista de edificios-barco, como ha investigado Ramón Alvargonzález. Fuera gimen al viento los retorcidos tamarindos, mantenidos a duras penas por muletas de apoyo de tan ancianos que están. Y desde los tamarindos puede verse la piscina de ida y vuelta a la mar. Desde allí, la iglesia de San Pedro, también de los hermanos Somolinos, ofrece una vista genial, con la girola y el ábside en primer término, desarrollando todo su juego de volúmenes al modo prerrománico. En esta rotonda donde se han vivido y contado tantas historias, hay objetos navales de puente de mando y cuatro pinturas de alto nivel: la rula de Gijón vista desde el muelle de Lequerica, obra del joven Antonio Suárez en los años cincuenta; los tamarindos de Gomila; un paseo y vista de San Lorenzo, pintado por Pelayo Ortega, y un rincón de playa espectacular de Vaquero Turcios.

l La sala de reunión del notario

Toda la notaría de Ángel Luis Torres Serrano, en la plaza del Seis de Agosto, es un museo en marcha, el «Museo Vivo». Pero la sala de reuniones guarda particulares encantos. Hay quince obras de arte. Presiden los cubos de Juan Méjica, que conforman seis obras sobre Gijón, realizadas en 2001. Sólo puede verse cada vez una obra de las seis. Para cambiarla, hay que desmontar los cubos de arriba abajo y volverlos a colocar en su amplio marco de abajo arriba. Son 6x8 cubos: «Gijón playu», «Gijón solidario», «Gijón neourbano»... Al otro lado, en la pared que mira a la plaza, «La espina» de Kiker, y la secretaria ante el sillón vacío del jefe, pintada por Roberto Díaz de Orosia. Un paisaje con dunas de Héctor Amado, la rama de un manzano por Francisco Mallo, una dama retratada por Xurxo Alonso y un paisaje de Manolo Linares. Junto a la puerta de entrada, dos planchas con sus grabados. Allí está el último perro desastrado que pintó Barjola, símbolo de la desolación del siglo XX entre la lujuria de la abundancia.

l El café del Casino

En los recibidores del Casino, dos esculturas de Salvador Dalí, bronce bañado en oro sobre peana de hierro: abajo «Carmen la Crótalos» (1973) y arriba «Mujer desnuda subiendo una escalera» (1974). Están para impresionar. Lo mejor, el caracol cuyas espirales marcadas hacen de escalera. La cafetería luce obras de gente joven. Dos cuadros grandes de María Vallina y otros tres más pequeños. Dos de Elena Rato. Uno de Irma Álvarez Laviada, de la serie «Especies de espacios» (2006). Y «La playa» (2006) de Edgar Plans. En el antiguo salón de baile, obra de Ángel Nava. Un café que empieza a guardar historias de juegos de azar, donde se gana y se pierde, como en la vida misma. La felicidad deja huellas, pero el dolor y la pérdida marcan mucho más. El Casino y la colección de J. A. Díaz Carbajosa.

l Félix

La tienda de marcos más antigua de Gijón es la casa Félix, que estuvo cuarenta años en la Ronda de San Agustín y ahora lleva catorce en la calle Casimiro Velasco, número 21. Tiene encanto por su amplitud y por las columnas de hierro que sostienen el techo, recuerdo de la segunda mitad del siglo XIX, cuando se utilizaba el hierro para hacer estaciones del ferrocarril, bibliotecas (Labrouste), invernaderos, puentes y torres (Eiffel). Aquí estás rodeado de los cuadros que la gente lleva a enmarcar y te enteras de los gustos imperantes. Mary Sevilla te atiende y orienta en la elección de los materiales. Moncho sigue fabricando marcos en San Agustín. Antes no podía haber un cuadro importante sin su marco postinero. Pero ahora se hacen menos marcos, porque los cuadros ya se exhiben enmarcados en las exposiciones, ya que en la sociedad de consumo tanto vale el envoltorio como su contenido. Y la crisis también se nota. En este negocio familiar hay recientes pérdidas dolorosas. Allí paraba Aurelio Suárez a charlar en sus paseos, tan programados como los del filósofo Kant.

l Deva. ATM Naves: un proyecto para fomentar el arte

Al lado del río corre el muro de la casa Revillagigedo en Deva. Todo el entorno resulta en extremo agradable y sube hasta «El Chabolu» y la capilla de Nuestra Señora de la Peña de Francia. Tenía un retablo de Antonio Borja, destruido en el verano de 1936. La capilla se abre un día al año, el 8 de septiembre. Está construida sobre la cueva donde nace el río Peña de Francia. La casa Gedo de Deva es inmensa y está rodeada de árboles centenarios. Una preciosa fuente de 1760, traída de Pravia. Un jardín rococó de curvas y contra curvas. Antaño se podían hacer fotos de boda en este parque.

En un lateral junto a la autopista, aprovechando antiguas caballerizas, la galería Altamira ha puesto en marcha un proyecto de gran interés, para fomentar el arte. Residencia de artistas, espacios de trabajo, ordenadores, sala de exposiciones.

Aquí el padre jesuita, orensano y químico Isaac Montero, que inauguró el Dispensario del Natahoyo en 1948, fabricaba el crecepelo «SyJ 38» en frascos muy modernos, que una empresa americana distribuía desde Nueva York. Guardaba tan en secreto la fórmula que se la llevó consigo al otro mundo. Eso cuenta la leyenda, que le honra con una calle en el barrio de los astilleros.